Crítica de «Asteroid City» de Wes Anderson (2023)

Wes Anderson es quizás el director con estilo más reconocido en la actualidad. Aunque, como TikTok y otras redes sociales a veces se encargan de recordarnos, reconocer no es comprender. La baja exposición del consumidor promedio al cine propiamente dicho ocasiona que el reconocimiento más inmediato o elemental equivalga a algo negativo, o que no haya lectura más allá del reconocimiento inconsciente. El resultado son reels y tiktoks imitando pésimamente una estilización particular que a Anderson le tomó varias películas refinar y que incluso continúa en constante transformación.

En este caso, «Asteroid City» nos muestra uno de los trabajos más maduros de Anderson hasta ahora. No debido a esa usual confusión que ocurre al hablar de maduración, pues lejos está de implicar superioridad o evolución sino que señala que este último trabajo se siente como una suerte de respuesta ante la forma en que se suelen analizar sus obras, o como él las ha ido procesando en los últimos años. Un grupo ecléctico de artistas y científicos, tanto adultos como niños, termina en cuarentena en un pintoresco pueblo en medio del desierto cuando la entrega de unos premios de ciencia infantiles terminan por compartir titulares con un evento de importancia histórica para la humanidad.

O eso, al menos, es tan solo una parte de la película. La misma arranca después de todo con una mirada al detrás de escena de esa historia ficcional, donde vemos cómo un dramaturgo comienza a escribir esa misma obra (teatral para él) que nosotros vemos como «una más de Wes Anderson». En el medio de la misma, cada tanto será interrumpida por algunas viñetas de realidad (tampoco vacías del todo de ese frío artificio melodramático tan característico) en el que veremos el detrás de escena de lo que es esa producción teatral. Esa suerte de pre-producción tras bambalinas la vemos en planos más generales y faltos del dinamismo puntualizado que usualmente motiva los movimientos de cámara del director. Pero sobre todo contrastará de una forma particularmente burda: mientras la ficción dentro de la ficción está desbordando de una paleta de colores risueña y pastel, la ficción que la envuelve se muestra bajo la estilizada crudeza del blanco y negro.

Así es, aquella decisión creativa que el bueno de Nolan temía sea demasiado para los intelectuales de plástico que lo vanaglorian está prácticamente espejada de forma tanto más casual como infinitamente más efectiva en esta obra de Anderson. Y ejecutada sin la falta total de respeto para con su obra y público que sería aclarar o explicar la lectura e intención detrás del contraste de color, como sí terminó haciendo el cobarde británico. En lugar de temor cinematográfico, lo que deja entrever Anderson en esta nueva versión de sus siempre particulares narrativas es una voluntad por malear esa estilización que usualmente se equivocan tantos en interpretar como rígida.

Si la fotografía se siente estática lo es para que el montaje, guión y dirección la desborden de un dinamismo casi incongruente, logrando así esa particular energía sinónima ya con el nombre de su autor. Si las interpretaciones de un elenco con talento efectivamente pochoclero se sienten en sus filmes como frías o distantes más allá del diálogo que recitan, es para que ese contraste emocional sirva como boxeo empático en el que el consciente puede ser engañado lo suficiente como para relajarse y dejar al inconsciente indefenso para los momentos más punzantemente crudos de sus relatos. Sean los momentos tan puntuales donde Anderson utiliza la violencia y sangre, o las muertes de personajes que lograron hacerse entrañables comunicadas de la forma más distante pero efectiva posible. En medio de un cine Hollywoodense con temor mortal al juego de tonos narrativos, Anderson crea con osadía experiencias que desafían el consumo más corriente de contenido manteniendo su rama de cine alternativo mucho más al alcance de audiencias generales que esfuerzos más comúnmente obtusos del por ejemplo circuito de festivales europeos. Donde otros directores hacen intelectualismo para tontos, este autor crea tonterías en las que vale la pena profundizar.

«Asteroid City» entrega por partes iguales bastante de ese estereotipo superestilizado que todos creen conocer, a la altura de las mejores labores visuales de su filmografía, junto a segmentos que ponen en jaque esa faceta de su obra. El artificio envolviendo casi una parodia del artificio, la ficción dentro de la ficción, incluso personajes que se expresan de forma tan innecesariamente estructurada a lo Anderson al punto de dividir monólogos en actos teatrales. Esta es una película que confronta a sus críticos más elementales y a sus fanáticos más absolutistas, obligando a ambos a preguntarse el porqué de este arsenal de herramientas narrativas que el director se ha encargado de ensamblar a lo largo de su ya larga carrera. Al mismo tiempo, se encarga de ser una fantástica comedia y un drama ideal para disfrutar de una visita como las que ya no quedan tantas a una sala de cine. Entrega lo esperado, lo más optimista e incluso un poco más.

Tampoco hay dudas de que aquellos encaprichados que no comprenden que sentirse «quemados» de un estilo habla más de la necesidad de revisar su forma de «consumo» que otra cosa, van a encontrar incluso alguna razón nueva para repetir por enésima vez que Anderson es una sombra y parodia de sí mismo. Wes los enfrenta como reto autoimpuesto entregándoles el guante justo para ese tipo de crítica, solo queda por ver si esas audiencias se molestan en involucrarse lo suficiente en el mero acto de la defenestración como para preguntarse por qué llegaron a tener ese guante en la mano, o reflexionar sobre cómo ese guante individual sugiere una duplicidad inherente en esta obra y en los casi todos los trabajos de su autor. Hay muchas formas de explorar el trauma de las pérdidas y lo experimentado durante la pandemia, pero solamente la de Anderson lo hace en un pueblito atendido por Steve Carell en medio del desierto donde se realizan pruebas atómicas a mediados de los 50s. Ojalá los soldados de lo corriente vayan entendiendo el valor que podrían encontrar al dedicarle más tiempo y atención que a un tiktok a la obra de un cineasta que trascendió el cine alternativo para volverse reconocidamente popular. Mientras tanto, ellos se lo pierden.

Puntaje: 


 

 
Tráiler:

 
Leandro Porcelli

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