Crítica de «Cacería de Brujas» de Luca Guadagnino (2025)
Luego del éxito meteórico de «Call Me By Your Name», Luca Guadagnino se encargó de revalorizar su figura con cada uno de sus posteriores proyectos. Sea la sorpresa inmediata que provocó su transformativa remake de «Suspiria», el alzarse con el León de Plata en Venecia por su dirección en «Bones and All», el éxito cultural y en taquilla de «Challengers» o la grandilocuencia temática de «Queer», no hay dudas de que se trata de uno de los cineastas más importantes de la última década. Pero en este caso es imposible desviar la atención de lo que es probablemente el papel y proyecto más serio e importante ofrecido a Julia Roberts desde «Erin Brockovich» a principios del milenio.
Roberts protagoniza como una profesora de Filosofía en la Universidad de Yale a la espera de recibir una oferta de titularidad mientras sufre de repentinos dolores estomacales. Aquella complicada vida va a revolucionarizarse cuando una de sus estudiantes más cercanas (Ayo Edebiri) acusa a su colega y mejor amigo (Andrew Garfield) de propasarse con ella. Lo que comienza como un drama de lealtades divididas va a ir evolucionando a un thriller psicológico centrándose en el impacto que tiene la situación en la fría protagonista de Roberts.
Es probable que la discusión acerca de la cultura de la cancelación o cuestiones que refieren al movimiento #MeToo dominen las conversaciones alrededor de esta película, pero lo particularmente interesante de este primer guion de Nora Garrett es que encerrar su narrativa en esos términos fáciles de digerir socialmente limita demasiado una experiencia dramática mucho más abarcativa. Este es un film enriquecido con personajes con la profundidad suficiente para tener facetas sociales externas y paralelamente cuestiones privadas que esconden en ocasiones de los demás pero incluso de ellos mismos. El resultado es una de esas películas que seguramente sirva de disparador de infinidad de conversaciones, pero que sabe internamente que todo el ruido social en su trama no es más que una vía a través de la cual llegar a cuestiones mucho más personales e intimas de sus personajes.
El trío principal de los personajes de Roberts, Edebiri y Garfield estarán en una danza constante de secretos y confesiones mientras lidian con las consecuencias no del hecho sino del hacerlo público. Toda la navegación a través del entramado social que la protagonista tendrá por delante está llevado adelante con un virtuosismo sutil muy refrescante por parte de Guadagnino, que a esta altura de su carrera maneja el lenguaje cinematográfico con una soltura lúdica que debería ser la envidia de muchos. Pero luego de las grandilocuencias de sus últimos trabajos, también ha adquirido la madurez suficiente como para entender que su mayor aporte a este guion es sostenerlo y dejarlo liderar la narrativa. A fin de cuentas, la decisión de plasmar personajes sobre acomplejados de forma tan realista ya es un reto suficiente para audiencias malacostumbradas a diálogos literales y progresiones dramáticas mecanizadas.
El resultado es un filme espectacular con actuaciones excepcionales que mantiene a la audiencia en vilo mientras crea una experiencia que irá empujando a su memorable protagonista hasta el punto de ebullición. También resulta especialmente destacable la banda sonora de los enormes Trent Reznor y Atticus Ross, sin dudas de las mejores del año, al igual que el personaje que musicaliza en cámara en varios momentos como lo es el marido de la protagonista interpretado por Michael Stuhlbarg. De forma muy similar a su rol en «Call Me By Your Name» sirve como sostén funcional durante el groso de la trama (aunque mucho más colorido en este caso) hasta terminar ofreciéndoles a los protagonistas de ambas películas una solitaria fortaleza en el momento en que más lo necesitaban. Porque por toda la excelencia técnica, audiovisual y narrativa de sus películas, lo que separa todavía más a Guadagnino de sus contemporáneos es ese delicado sentir que se asegura de plasmar en cada uno de sus trabajos.
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Tráiler:
Leandro Porcelli