Crítica de «Depredador: Tierras salvajes» de Dan Trachtenberg (2025)
En una época en la que las sagas buscan emular lugares comunes para el confort de los espectadores nostálgicos, Dan Trachtenberg viene a desafiar algunas convenciones y darle una vuelta original al blockbuster moderno.
Luego de revivir la saga Cloverfield con «10 Cloverfield Lane» (2016), donde se dedicó a contar una historia más minimalista, personal y alejada de lo que fue la primera entrega, Dan Trachtenberg intentó hacer algo similar con «Prey» (2022), quinta parte de la franquicia de «Predator». Allí sorprendió, no solo por su talento narrativo, sino también por brindar una película de acción entretenida, con una protagonista interesante y un contexto más «refrescante», mirando hacia el pasado. Una película que, en los papeles, se veía como un intento desesperado de Disney por mantener los derechos de la franquicia, donde incluso se la relegó a un lanzamiento directo al streaming y que finalmente fue un éxito rotundo por el boca en boca y su solidez como película.
Después de aquel largometraje, el señor de las secuelas populares revitalizadas con high concepts, se embarcó en la dirección de la antología animada «Depredador: Cazador de asesinos» (2025) que tuvo su estreno en la primera mitad del año. El film mantenía ese tono juguetón, que apelaba a secuencias atractivas y originales que exploraban nuevos mundos y personajes de distintas épocas.
Y esto nos lleva a la película que se estrena esta semana, la sexta entrega de la saga de Depredador, sin contar sus contiendas con Alien. En esta oportunidad, el director decide seguir explorando nuevos ángulos para insuflarle oxígeno a una franquicia bastante explotada. Lo mejor de todo es que no solo lo logra sino que además nos brinda uno de esos tanques de antaño que busca el entretenimiento por sobre todas las cosas.
El relato busca revertir los roles e incluso la conexión del espectador con los personajes (algo similar a lo que hizo Cameron entre «Terminator» 1 y la 2, donde el villano pasa a ser un héroe o antihéroe para que la audiencia pueda conectar). El protagonista es un Depredador joven llamado Dek (Dimitrius Schuster-Koloamatangi), que es desterrado por su clan y enviado a un planeta inhóspito llamado Genna. Allí, el Depredador buscará cazar a una criatura mítica conocida como Kalisk, un monstruo de gran tamaño que ninguno de sus coterráneos pudo atrapar. El problema radica en que Genna es un territorio sumamente mortal, está lleno de alimañas y plantas que pueden matarlo fácilmente, por lo que el Depredador pasa a ser la presa como adelantamos al principio. Para cumplir con su misión de redención, Dek tendrá que dejar de lado sus creencias y unir fuerzas con Thia (Elle Fanning), una cyborg diseñada por la corporación Weyland-Yutani.
El arranque del relato es completamente avasallante, con una descripción de universo espectacular y precisa, pocos diálogos en la presentación de sus personajes y un apoyo mucho más fructífero desde lo visual y lo sonoro. Dicha presentación del contexto parece salida del relanzamiento del videojuego DOOM hace unos años, con una paleta de colores fría y oscura y una banda sonora pesada más volcada al metal (de hecho, no sería una mala idea darle a Trachtenberg una futura adaptación del juego). Luego de esa introducción y pasando al nudo de la cuestión, la película parece cambiar ligeramente de tono e incurrir en varios momentos de humor que chocan un poco teniendo en cuenta el origen de Depredador. Aún así, dicho humor no llega al nivel desproporcionado de Marvel, pero contrasta fuertemente con lo visto al principio. Esto se da más que nada en los intercambios entre Dek y Thia que por momentos operan como pareja disfuncional de buddy movie. No obstante, en esa ambigüedad, si bien opera esa discordia también reside el corazón de la película distinguiéndola de otros capítulos de la saga.
Para el final, esos desbalances tonales quedan en el pasado, ya que Trachtenberg tira toda la carne al asador con escenas realmente divertidas, una puesta en escena brillante y su pulso milimétrico para explotar unas secuencias de acción perfectamente elaboradas/coreografiadas (hay una secuencia de pelea con el personaje del androide de Fanning partido en dos, piernas y torso, que es desopilante y visualmente sorprendente) y efectos de CGI que sin ser descollantes cumplen las exigencias actuales.
Se nota que Trachtenberg respeta el material y está planeando, poco a poco, algunas conexiones futuras (con homenaje a la saga Alien incluido, incorporando algunos elementos como la corporación Weylan-Yutani y otros más).
En síntesis, «Depredador: Tierras salvajes» es una película que busca, gracias a la inquietud de su director, darle una aproximación diferente y entretenida a un universo ya de por sí agotado. El resultado es alentador y muestra que haberle entregado las llaves de la franquicia a Dan Trachtenberg fue una buena idea.
Puntaje:
Martín Goniondzki

