Marruecos, escenario de película

Marruecos actualmente produce una veintena de películas al año. Una mejora frente a las cinco que se realizaban en los 90, pero todavía muy por debajo de sus pares africanos, donde el gigante nigeriano de Nollywood arrasa con holgura la producción de toda África junta. Sin embargo, y a pesar del insuficiente incentivo gubernamental para evitar -por ejemplo- el cierre de salas, el esfuerzo y las ganas del gremio audiovisual marroquí empujan hacia una eclosión cada vez más inminente. El Festival Internacional de Cine de Marrakech, la proliferación de escuelas de cine y la presencia de sus historias en competencias internacionales, demuestran que es posible aprovechar el talento local para reflejar las transformaciones de su pueblo, y no morir en el intento.

Mientras el cine marroquí avanza, el país continúa la tradición paralela de abrir las puertas a las producciones foráneas. El creciente número de proyectos en búsqueda de escenarios y talento técnico a buen precio, posiciona a Marruecos como un destino escenográfico único a nivel mundial. Ciudades como Uarzazat, Rabat, Marrakech, Casablanca y Tánger, son frecuentemente escogidas por su clima estable, paisajes de texturas áridas o apacibles costas, y una arquitectura laberíntica, de baja altura y por tanto muy conectada con el paisaje.

Ait Ben Haddou es una ciudad -hoy abandonada- en las cercanías de Uarzazat, con el potencial cinematográfico más importante de Marruecos. La ciudad cuenta dos estudios de gran renombre internacional: Atlas y Cla, y sus calles han albergado producciones memorables para la historia del cine, entre ellas: «Lawrence de Arabia» (David Lean, 1962), «The Sheltering Sky» (Bernardo Bertolucci, 1990), «Kundun» (Martin Scorsese, 1997), «Gladiator» (Ridley Scott, 2000), «Alejandro Magno» (Oliver Stone, 2004), «Babel» (Alejandro G. Iñárritu, 2006), «The Hills Have Eyes» (Alexandre Aja, 2006). Las series también han escogido Ait Ben Haddou como locación de algunos de sus capítulos: «Game of Thrones», «Prision Break», «Ben Hur» y hasta realities como «Masterchef» han sido rodados allí.

Casablanca, ciudad cercana a la capital, Rabat, también ha inspirado historias memorables. «Casablanca» (1942) de Michael Curtiz, es la más recordada, que aunque no fue rodada en la ciudad, su nombre convirtió al idílico puerto marroquí en el centro de las miradas del mundo. Algunos años más tarde los Hermanos Marx volverían a reflotar el lugar con su parodia «A night in Casablanca» (Archie Mayo, 1946). Películas como «The Black Rose» (Henry Hathaway, 1950), «Misión Imposible: Nación Secreta» (Christopher McQuarrie, 2015) o «War Dogs» (Todd Phillips, 2016) también fueron filmadas en la ciudad.

En general, el país entero se jacta de haber alojado producciones de nivel mundial. Algunos títulos que escogieron locaciones en Marruecos son: «Otelo» (Orson Welles, 1952), «The Man Who Knew Too Much» (Alfred Hitchcock, 1956), «Sodoma y Gomorra» (Robert Aldrich, 1963), «The Last Temptation of Christ» (Martin Scorsese, 1988), «La momia» (Stephen Sommers, 1999), «Black Hawk Down» (Ridley Scott, 2001), «The Bourne Ultimatum» (Paul Greengrass, 2007) y «Queen of the Desert» (Werner Herzog, 2015).

Marruecos tiene ventajas considerables respecto, por un lado, a sus pares musulmanes: es considerada la nación más liberal y por tanto más tolerante ante las costumbres occidentales. Esa cercanía con occidente llevó al país a ser destino único de las historias bíblicas, cosa que sus pares musulmanes, más conservadores, no aceptaron nunca. Por otro lado, la benéfica carga impositiva y la apertura del gobierno a facilitar los rodajes, es un dulce gancho para filmar en el país. Finalmente, la cautela con que Marruecos ha manejado conflictos como la primavera árabe, les ha proporcionado una cierta estabilidad que lentamente ha abierto las puertas para que la maquinaria del cine aterrice sin mayores inconvenientes.

Roberto Medina

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