Crítica de «Argentina, 1985» de Santiago Mitre (2022)
Santiago Mitre, el prolífico director de «El Estudiante» (2011), «La Patota» (2015), «La Cordillera» (2017) y «Pequeña Flor» (2022), nos presenta su último y celebrado trabajo titulado «Argentina, 1985», el cual recrea el famoso juicio histórico a las Juntas Militares por los crímenes sangrientos perpetrados durante la última dictadura militar.
Estamos probablemente ante la película argentina más importante de los últimos 10/15 años, no solo por lo que simboliza y busca inmortalizar el relato sino por la forma en que lo lleva a la pantalla grande y lo pone al servicio del público masivo y del arte en general. Hasta el momento, Santiago Mitre nos ha ofrecido una gran diversidad de films donde se puede apreciar su punto de vista y su mirada personal, pero lo que hace en esta ocasión es algo totalmente consagratorio y que lleva exponencialmente su carrera a otro nivel.
Como bien dijimos, el largometraje se inspira en la historia real del juicio a las Juntas Militares, un hecho que implicaba por primera vez en la historia mundial llevar a los miembros de una dictadura militar a responder por sus nefastos hechos, compareciendo ante tribunales civiles para ser juzgados por los crímenes de lesa humanidad. El film se centra en la figura de Julio Cesar Strassera (Ricardo Darín), el fiscal acusador designado para conducir el juicio. Para ello, Strassera contó con la ayuda de Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani) como el fiscal adjunto y un joven equipo jurídico, el cual sin ningún tipo de vacilación se atrevió a acusar con incontables pruebas a los militares responsables del llamado Proceso de Reorganización Nacional. Dicha tarea no fue sencilla y debieron trabajar contrarreloj, continuamente bajo amenazas anónimas, para poder finalmente conseguir justicia.
Comencemos por decir que el trabajo de guion que hizo Mitre junto a su habitual colaborador, Mariano Llinás, es impresionante, especialmente porque no se atiene solamente a la reproducción de los hechos históricos, sino que además se encarga de presentar y delinear a personajes completamente tridimensionales con conflictos bien establecidos y una carga emocional que queda evidenciada en sus comportamientos. De hecho, el film inicia en el marco hogareño de Strassera, mostrando su núcleo familiar, las dinámicas entre ellos y un tono relajado (quizás con cierto grado de humor) que va a ser pieza clave para descomprimir y/o acentuar los momentos más dramáticos y duros del relato. Ante todo, la película va a estar llena de matices, tanto a nivel narrativo como dijimos recién pero también en cuanto a las medidas actuaciones de los involucrados. El compromiso de Ricardo Darín demuestra una vez más por qué es uno de los actores más importantes de nuestro país, dando una interpretación sentida y equilibrada como solo un artista de su calibre puede otorgar. Peter Lanzani, por otro lado, se muestra como la otra contraparte del dúo y también da justo en la tecla con su representación. Respecto a los roles secundarios también tendremos algunas actuaciones destacadas como es el caso de Norman Briski, Alejandra Fletchner (como la esposa del fiscal), Gina Mastronicola como la hija adolescente y la revelación del film el pequeño Santiago Armas Estevarena, como el hijo menor, Javier Strassera. Todos estos personajes que orbitan alrededor del protagonista terminan dándole más sensibilidad y humanidad a lo narrado.
Por otro lado, y como otra muestra de la enorme complejidad del film, si bien tiene un corte clásico de típico drama judicial, por momentos coquetea con el thriller político, especialmente en ciertos instantes de tensión que se generan alrededor de la amenaza latente e invisible que rodea al fiscal y sus colaboradores. La tensión es otro de los elementos que están estupendamente trabajados por la obra, siendo primordial nuevamente en esas breves escenas de comicidad sutil que le dan mayor dimensión y sustancia al asunto. Es realmente loable lo que consiguieron Mitre y Llinás con esos momentos desperdigados por todo el guion, principalmente porque podría llegar a resultar contraproducente el humor en un relato de esta índole (con algún tipo de cuestionamiento ético o moral si se llega a hacer de forma chabacana), sin embargo, esto termina siendo una de las armas más inteligentes del film, presentado como algo que traen aparejadas ciertas dinámicas cotidianas de los personajes, así como también situaciones puntuales.
Otro aspecto realmente maravilloso que rodea al largometraje tiene que ver con su descomunal grado de detalle en lo que respecta al diseño de producción para lograr una ambientación y una reconstrucción de época bastante minuciosa. Todo eso es acompañado por una dirección de fotografía exquisita que le da un aspecto visual bastante clásico, junto con una relación de aspecto más cuadrada y claustrofóbica que beneficia principalmente a esa atmósfera opresiva buscada tanto en las secuencias en los tribunales como las que ocurren por fuera.
Quizás lo más interesante de la propuesta de Mitre es que su nuevo opus no fue a lo seguro, ni busco un lugar desde afuera (de observación), sino que se metió de lleno en los acontecimientos con una aproximación bien consolidada y sin tapujos a la hora de lo que busca narrar.
«Argentina, 1985» es gigantesca por donde se la mire, tanto en lo que se refiere a la producción (la película fue producida por Amazon Studios), como por el valor histórico y emotivo que posee, así como también por su narrativa, la cual comprende un solidísimo drama judicial de corte hollywoodense, pero con la idiosincrasia argentina bien arraigada, dándole la personalidad suficiente para sobresalir y ganarse tanto a la crítica como a la audiencia. La película de Mitre probablemente sea una de esas que escuchemos muchas veces en la próxima temporada de premios (se cree que tiene varias chances de sobresalir en los Oscars) pero más allá de eso, la obra tiene todos los elementos para convertirse en un clásico del cine nacional. Un relato que te pone la piel de gallina, te emociona y también por momentos te hace reír, a lo largo de sus 2 horas y 20 minutos de duración que te tienen completamente en vilo por más que uno ya conozca la historia.
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Martín Goniondzki