Crítica de «Gladiador II» de Ridley Scott (2024)
Al habernos ya acostumbrado a que nos ahoguen en secuelas y remakes, las esperanzas suelen ponerse en una vara baja de que logren al menos justificar su propia existencia. Afortunadamente esta nueva «Gladiador» va más allá de las expectativas, consiguiendo valores propios a la vez que genera entre ambas una sinergia de pochoclo de calidad con los valores de la primera: sin miedo al espectáculo ni pudor al melodrama.
Si la primera «Gladiador» nos mostró cómo un general romano cae en desgracia al punto de terminar peleando en el Coliseo, en esta secuela veremos el viaje contrario y más habitual para la mayoría de los gladiadores. Hanno (interpretado por Paul Mescal) es capturado en una de las usuales conquistas romanas y llevado como esclavo a Roma, donde es adquirido por un noble (Denzel Washington) dedicado a adquirir y entrenar gladiadores. Al mismo tiempo que surge un conflicto paralelo entre el general que destruyó su hogar (Pedro Pascal), objeto de su sed de venganza, que planea una revuelta interna para derrocar a la dupla de emperadores que están llevando al imperio a la ruina. Geta, interpretado por Joseph Quinn (Eddie Munson en «Stranger Things»), y Caracalla (Fred Hechinger), el más inestable de los dos que destaca por tener en su hombro a un mono mascota vestido con una pequeña toga.
Ese tipo de detalles coloridos son una de las características que más la distinguen del primer film. Luego de, según algunos aburridos, sobrepasarse en «coloridas libertades de autor» con «Napoleón», Ridley Scott decidió armar esta secuela no solo con la acción melodramática característica de la original sino además escudarla con algunos destellos de esos puntos de interés polémicos, por ejemplo las peleas con animales como tiburones en el Coliseo. El drama se mantiene siempre absolutamente serio, y las temáticas son desarrolladas en pantalla con el peso adecuado para su tono, pero varios de los escenarios son condimentados con ese estilo de detalles. El equilibrio buscado entonces resulta casi imposible, pero por suerte Scott es un maestro en animarse a los retos y termina entregando un trabajo que además del color ya descrito desarrolla sus usuales obsesiones (como la dedicación a quienes ya no están y el tener un espejo admirado con el cual medirse, nacidas del fallecimiento de su hermano Tony) mientras ofrece el objetivo principal del guionista David Scarpa: hacer del más famoso imperio caído un paralelismo a través del cual resignificar el presente de países que cayeron en manos de políticos amateur juguetes del poder.
Mecánicamente hablando si bien la trama va de menos a más, iniciando con naturalidad pero avanzando entre entretenida y aumentando en intensidad cuando las tramas paralelas se unan en su clímax, lo que más destaca en este gran trabajo de guion es cómo maneja ese tono tan particular. Hay dos grandes motivos por los que funciona espectacularmente a pesar de bailar en una cornisa que podrá no gustar a varios, y es que armaron un elenco de personajes que oscila entre la seriedad máxima (como Mescal y Pascal) mezclados con aquellos casi enteramente dedicados a traer color al relato, como destacan un Denzel dedicado absolutamente a divertirse y el emperador Caracalla entregado como regalo a un joven actor con los talentos suficientes para estar a la altura. Estos últimos son ese tipo de personajes con los que los actores no se encuentran tan seguido, y es una fortuna por el proyecto que se hayan logrado de esta manera, en particular por un Washington que seguramente haya sumado un rol icónico más a su ya celebrada carrera.
Fanáticos de la original pueden acercarse al cine sin miedo aunque con la advertencia de que aquella solemnidad absoluta no es el único plato en los menús repletos de excesos que viene sirviendo Ridley Scott especialmente en esta última década de su carrera. Mientras que esos que no entiendan el atractivo de una ahora saga que revivió el durmiente género de «espadas y sandalias» en Hollywood, ahora van a tener más razones que nunca para rascarse la cabeza. «Gladiador 2″ es por momentos ridícula, melodramática y trascendental, un espectáculo al alcance de todos los que tengan la posibilidad de no volverse su propio obstáculo para el disfrute. No hace falta «apagar el cerebro», sino bajarse del caballo y tratar tanto a la película como a sus realizadores como iguales que proponen un entretenimiento absoluto sin miedo, pudor ni vergüenza. ¡Ave, Ridley!
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Tráiler:
Leandro Porcelli