Crítica de «Misericordia» de Alaine Guiraudie (2024)
En otro mundo mejor en el que todavía existe el canal i-Sat, uno podría descubrir en él esta película durante una tarde de sol desaprovechado. Su director Alaine Guiraudie es una voz muy celebrada en la industria del séptimo arte francés, acostumbrado a tener presencia tanto en los premios César como en el festival de Cannes. Un autor que cita como influencias tanto a filósofos como cineastas, pero cuyo trabajo se mantiene siempre muy casual y particularmente ligero como si de anécdotas de algún conocido se tratasen.
Esta es una de esas cintas cuyo encanto radica en lo difícil que es de categorizar, resistiendo esas estructuras cómodas creadas para bajar el cine a términos manejables comercialmente. La única forma de transmitir de qué se trata es comenzar a enumerar los eventos que ocurren en ella, pero eso no alcanza para crear la unión de eslabones temáticos que se va construyendo lentamente con el correr de su narrativa. Luego de una ruptura un hombre regresa al pueblo dónde se crió para asistir al funeral del padre de un viejo amigo, decidiendo quedarse por tiempo indefinido aprovechando para hacerle compañía a la viuda y reconectar con un lugar lo suficientemente distante como para resultarle reconfortante.
La reconexión forzosa del protagonista con los demás personajes, algunos viejos conocidos y otros viejos por conocer, va a despertar sensaciones varias en los habitantes del lugar, provocando apasionantes respuestas y confusiones por igual a medida que su visita se va extendiendo. Este es un relato compuesto por amenazas inciertas, búsquedas de hongos en el bosque y compasiones extrañamente hostiles. Desde incluso su título, moldea para el espectador una experiencia en la que irá descubriendo de a poco el complejo pasado que une al elenco de personajes.
Si bien sus vidas cambiarán para siempre, incluso los eventos más importantes son tratados con una tranquilidad poco natural para el cine aunque muy lógica para la vida real. Guiraudie no se deja tentar por inyectarle a la trama tensiones artificiales hollywoodenses, ofreciendo en su lugar situaciones que van tentando la curiosidad de la audiencia hasta encontrar resoluciones tan poco satisfactorias como necesarias de debatir con alguien a la salida de la sala. «Misericordia» es una película que explora el duelo, el pecado y la vida con algo de humor, eligiendo como motor principal no el suspenso de sus misterios o las tensiones de sus crímenes sino una fuerza mucho más poderosa: las ganas de la audiencia por descifrar el chisme que une el pasado y futuro de toda esta red de personajes. Un film que utiliza situaciones muy particulares para evocar una universalidad tremendamente humana, esa salvaje esperanza que le sigue a la tragedia.
Aquellos buscando un cine punzante que les cambie la vida pueden encontrarse poco satisfechos, pero este es un tipo de relato de esos que colaboran con la colección de experiencias que uno va formando con una visita relativamente periódica a su sala de cine más cercana. Un tipo de historia que solamente crece en la particularmente fértil industria francesa, donde incluso las ofertas más comerciales se empapan de una impronta artística y personal. Ese es uno de los principales factores que le permitió en 2024 lograr recaudar más entradas con su cine local que con las opciones internacionales. Viendo «Misericordia» uno entiende perfectamente cómo lograron semejante hazaña en los tiempos que corren, dejándolo a uno con la melancólica esperanza de que ese sea el camino que nuestra industria local decidiera recorrer.
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Tráiler:
Leandro Porcelli