39° MDQ Film Fest: «Megalópolis» de Francis Ford Coppola (2024)
«La conquista de lo inútil» es el título del diario de filmación que le puso Werner Herzog a la crónica que escribió durante el complejo rodaje de «Fitzcarraldo» (1982). Una película que servía como reflejo de su megalomanía y todas las barreras que tuvo que sortear para materializar la que quizás sea su obra cumbre. Justo por esa década, Francis Ford Coppola había tenido una experiencia similar con «Apocalypse Now» (1979), otro rodaje imposible donde también hubo choque de egos y cuestiones similares. Por ese entonces ya venía rondando por la mente de Francis la idea de producir «Megalópolis», una película que podemos colocar junto a las otras dos, la cual estuvo en una especie de purgatorio creativo por largo tiempo sin saber si se iba a poder materializar.
Finalmente, el director de «El Padrino» (1972) y «La Conversación» (1974) pudo estrenar el proyecto titánico que le llevó más de cuatro décadas de desarrollo. ¿El resultado? Una película despareja que tuvo recepción mixta, pero donde no se puede negar que hay vestigios del ingenio creativo de un maestro que tiene una filmografía envidiable.
Ya son de público conocimiento todos los infortunios que tuvo que sortear Coppola para estrenar este proyecto tan demencial como impensado a esta altura de su carrera. Un film que tiene la particularidad (y la contradicción) de ser una producción independiente, a pesar de haber costado 120 millones de dólares. Y es que el director tuvo que poner dinero de su propio bolsillo (vendiendo parte de sus viñedos de California) para financiar esta producción que le quitaba el sueño desde su época dorada, pero ningún estudio o productor se animó a financiar.
Muchas veces los productores tienen miedo de apostar por determinados proyectos, ya sea por el riesgo que implican a nivel monetario o porque simplemente no se atienen al tipo de películas que están buscando en ese momento. Lo cierto es que la película de Coppola bien podría colocarse debajo de ambos paraguas, ya que es una película tan costosa como inclasificable.
«Megalópolis» es una fábula (tal como aclara su secuencia de títulos iniciales) donde se compara a la sociedad norteamericana actual con el imperio romano (más específicamente se trazan algunos paralelismos con la conjuración de Catilina). La historia tiene lugar en una Nueva York «moderna» rebautizada como Nueva Roma, en un futuro no muy lejano. Allí, Cesar Catilina (Adam Driver), un arquitecto con delirios de grandeza y una potente capacidad inventiva busca revitalizar a la ciudad, llevándola hacia un futuro utópico y de avanzada. Su plan implica utilizar un material de construcción de su propia creación llamado Megalon, una poderosa materia prima que tiene la particularidad de ser moldeada y cambiada sobre la marcha. Su idea es que la propia población vaya siendo responsable de la metamorfosis de la ciudad. En la otra vereda, se ubica el alcalde Franklyn Cicero (Giancarlo Esposito), un codicioso funcionario que sigue atado a una realidad triste con una ciudad en ruinas yendo desde lo literal hasta lo metafórico, y alimentando la división a nivel social para propulsar sus propios intereses. La lucha por el poder lo llevará a enfrentarse con Cesar, quien tiene una figura pública bastante pesada y también con su propia hija, Julia Cicero (Nathalie Emmanuel), cuyo amor por Cesar ha dividido su lealtad entre la familia y sus ideales, ya que realmente cree en la capacidad de su pareja de poder mejorar la humanidad.
Coppola nos brinda un relato decepcionante, más que nada por la falta de sutileza, lo grotesca, burda y lineal que resulta la analogía entre la antigua Roma y la Nueva York actual, así como también la comparación entre los personajes de este film y sus homólogos de la historia. La literalidad es llevada a un extremo exacerbado donde no solo es representada con las actitudes excéntricas de sus personajes sino que incluso son expresadas a través de un vestuario que nos remite directamente al imperio romano con una vuelta moderna (por si quedaba alguna duda para algún desprevenido que no haya captado el resto de los señalamientos) y mediante diálogos forzados con impronta teatral.
El principal problema del largometraje se evidencia en un guion bastante endeble que está más preocupado en la representación temática que en contar una historia coherente y cohesiva, es por ello que se toman varias decisiones desconcertantes (empezando por una voz en off redundante que no profundiza ni aporta nada nuevo a lo que vemos). La película cuenta con una gigantesca cantidad de personajes, muchos de ellos (el caso de Wow Platinum personificada por Aubrey Plaza y Nush Berman interpretado por Dustin Hoffman para poner un par de ejemplos concretos) son repentinamente olvidados para volver a aparecer tiempo después cobrando un rol más preponderante o ser descartados definitivamente como si hubiesen sido víctimas del proceso de reescritura donde cortaron sus participaciones. Incluso varios de los intérpretes parecen estar en registros distintos y no terminan de entender su rol en todo este asunto.
Por otro lado, los efectos especiales tampoco logran estar a la altura de una película de este calibre, llegando a ocasionar que por momentos se produzcan risas involuntarias respecto a la concepción de este mundo utópico de ciencia ficción que propone Coppola.
Si bien hay ciertas cuestiones interesantes que parecen asomar por debajo de esa pomposa superficie (relacionadas con su mirada sobre la cultura de la cancelación, la lucha entre el arte y lo mercantil así como también como respuesta ante el fascismo), todo se ve opacado por una aproximación banal a esa lucha que propone el director reflejada en la capacidad del protagonista de frenar el transcurso del tiempo, la cual además de ser arbitraria no posee peso alguno en la trama. Coppola realiza esta obra faraónica repleta de ideas grandilocuentes luchando contra su propio ego, en un acto que recuerda un poco a la experiencia de Herzog que hablábamos en el inicio, tratando de seguir siendo relevante dentro de un medio que conquistó en varias oportunidades con obras maestras que lo colocaron en el olimpo cinematográfico. No obstante, esa lucha tan personal como inútil atenta contra el mismo relato que busca contar.
Aún con sus fallas, «Megalópolis» resulta ser un testamento audiovisual donde se refleja lo variopinta y desmedida que es la filmografía de Coppola. Un director que siempre vale la pena revisar incluso cuando no llega al esplendor de sus mejores momentos.
Puntaje:
Martín Goniondzki