Crítica de «Desobediencia» de Sebastián Lelio (2017)

El rabino Krushka le habla a su congregación sobre la creación del mundo y cómo Dios creo tres clases de criaturas: los ángeles, las bestias y los seres humanos. De estos tres tipos de clasificaciones, solo los humanos tienen voluntad propia y la posibilidad de tener libertad de elección. Los hombres y las mujeres son los únicos que tienen el poder de desobedecer. En la mitad de su sermón, el rabino sucumbe ante una enfermedad que venía padeciendo y fallece delante de su comunidad. Así inicia «Disobedience» (2017), un film del chileno Sebastián Lelio, que el año pasado fue el ganador del Oscar a Mejor Película Extranjera por su excelente cinta «Una Mujer Fantástica». Este largometraje es su primera incursión en el cine de habla inglesa y básicamente consiste  en una exploración sensible sobre el amor, la fe, la sexualidad, la libertad de pensamiento y elección, entre otras cosas. A su vez, nos presenta otro desafío que tienen que afrontar dos mujeres en el marco de la rama ortodoxa de la religión judía, aunque podría trasladarse a cualquier otro ámbito. Un drama emocional que fue relatado con maestría y excelsamente interpretado por sus protagonistas.

La cinta es una adaptación de la novela homónima de Naomi Alderman y cuenta la historia de Ronit (Rachel Weisz), una mujer que se crió en una familia ortodoxa judía y que decide regresar a su hogar con motivo de la muerte de su padre, el rabino Krushka. La controversia no tardará en aparecer cuando ella comience a mostrar interés por una vieja amiga del colegio llamada Esti Kuperman (Rachel McAdams), la cual está casada Dovid Kuperman (Alessandro Nivola), otro amigo de la infancia y protegido del rabino fallecido. Los problemas surgirán cuando Ronit, que lleva una vida alejada de la religión, regrese a realizar su duelo, pero también termine revolucionando este sector más estricto y ortodoxo de la colectividad judía.

Lo interesante de este film se da no solo en los contrastes y en cómo un mundo converge con el otro, sino también en la forma en la que están narrados los acontecimientos. La obra comienza de manera enigmática por medio del sermón del rabino en la sinagoga y después se traslada a la hija del líder religioso que atraviesa un período de duelo que, por más de que no sea estrictamente observante de sus costumbres, comienza de alguna manera a refugiarse en esa fe y a tratar de reconciliarse con la misma (cuando se rasga sus vestiduras luego de hacer patinaje sobre hielo esto podría verse como una de las costumbres que se dan con el entierro dando paso a la Shivah o tiempo de duelo observado dentro del judaísmo). En realidad, Ronit busca enmendar su relación con el padre. No obstante, con el correr de la trama nos iremos enterando de las razones por las cuales la mujer dejó la comunidad para emprender su propio viaje hacia la libertad de elección, una libertad que todavía no le fue otorgada a su amiga Esti.

Lelio dirige magistralmente el relato, que además escribió junto a Rebecca Lenkiewicz («Ida»), y que está muy bien interpretado por Weisz y Nivola, pero especialmente por McAdams. El duelo actoral que se da entre las dos intérpretes femeninas es tremendo y aporta la cuota de sensibilidad necesaria para poder empatizar con estas dos mujeres que buscan ser aceptadas y reconocidas dentro de su comunidad. Si bien hay una crítica a la impasibilidad de los sectores más ortodoxos, y cómo a veces dejan de lado o incluso incumplen mucho de los mandatos divinos con el solo fin de ser más estrictos y  observantes, también hay una especie de redención sobre el final de aquellos miembros de la comunidad que son los verdaderos entendedores de aquellas palabras con las que abre el rabino Krushka el film. De hecho, se resignifica ese comienzo como un último intento del padre de pedirle perdón a su hija y querer conectar con ella en lo que algunos llaman la claridad previa a la muerte.

Con una lograda puesta en escena y un más que funcional trabajo de fotografía de Danny Cohen («The Danish Girl», «Les Miserables»), que nos yuxtapone la frialdad londinense con la del círculo religioso que excluye a este amor “prohibido” por medio de la desaturación y el bajo contraste, «Desobediencia» es una película sobre la reconciliación del pasado y la libertad personal. Un film extremadamente sensible y humano que busca conmover por medio de un relato sobre el amor y la espiritualidad, a través de un elenco fuerte y una energía que viene a reivindicar la necesidad inherente del ser humano de desobedecer.

Puntaje:

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Martín Goniondzki

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