Crítica de «Los Caballeros del Zodiaco: Saint Seiya – El inicio» de Tomasz Bagiński (2023)
«Los Caballeros del Zodiaco» («Seinto Seiya») es un manga escrito por Masami Kurumada entre 1986 y 1990 que tuvo una adaptación en forma de animé, casi corriendo en paralelo, producida por Toei Animation. La historia de Seiya y sus compañeros fue un éxito rotundo tanto en occidente como en oriente. Obviamente, cuando se está ante un producto tan popular y querido por el fandom, siempre surge la idea de adaptarlo en otros formatos. Hace poco tuvimos en Netflix una adaptación con animación en 3D que era bastante lamentable y ahora con la falta de ideas reinante en la industria cinematográfica mainstream, era de esperar que se intente adaptar algunos animes en producciones live-action.
El problema radica en que cada nuevo intento parece olvidar los fracasos previos en los que estas producciones occidentales/internacionales buscan simplificar las historias o hacerlas más accesibles a un público mayor, con guiones que presentan argumentos bastante genéricos que carecen de la magia que hicieron grandes a las producciones originales. Solo basta con recordar el fracaso de «Dragon Ball: Evolution» (2009) o la más reciente «Death Note» (2017) como algunos ejemplos de películas que solo buscaban convertirse en sagas sin prestar demasiado cuidado o respeto al material de origen. En el campo televisivo también pasó con la serie de «Cowboy Bebop» (2021) que fue cancelada tras una sola temporada.
«Los Caballeros del Zodiaco: Saint Seiya – El inicio» parece seguir (lamentablemente) en esta tradición de adaptaciones habiendo tomado algunas críticas que se le hicieron a sus predecesoras, pero incurriendo en varias faltas similares. Por un lado, intentaron que el cast sea más internacional y menos norteamericano con un protagonista japonés para que no se los acuse del white-washing que tuvieron los intentos previos. No obstante, el principal problema de esta producción radica en lo trillado de su historia, en la simplificación de la mitología que hacía atractivo al relato original y en la desviación por completo del mundo que rodeaba a los personajes creados por Kurumada.
El largometraje se centra en un joven Seiya (Mackenyu), un adolescente que vive en la calle y se pasa el tiempo luchando por dinero mientras busca a su hermana secuestrada. Cuando en una de sus peleas se le revelan poderes místicos que desconocía, Seiya se ve inmerso en un mundo de santos en guerra, antiguos entrenamientos mágicos y una diosa reencarnada que necesita su protección. Para sobrevivir, tendrá que aceptar su destino y sacrificarlo todo para ocupar el lugar que le corresponde entre Los Caballeros del Zodiaco. Escrito incluso parece sonar un poco mejor de lo que terminamos viendo en pantalla, ya que no solo hay una carencia total de Caballeros del Zodiaco (solo Seiya y el Caballero Fenix que aparece al final de la película, sino que además no hay nada que remita a las 12 casas o a esa trama que se basa más en los astros que en lo terrenal).
Los intérpretes que acompañan a Mackenyu (Sean Bean, Famke Janssen, Madison Iseman, Diego Tinoco, Mark Dacascos, Nick Stahl) parecen perdidos y hasta confundidos en lo que les toca interpretar, sumado a que los diálogos son sumamente expositivos para diluir la rica mitología y que el espectador sea constantemente aleccionado sobre cómo funciona el mundo que se le presenta.
Asimismo, los efectos por momentos parecen estar muy bien logrados y al instante resultan risibles y exagerados. La falta de coherencia y cohesión entre las distintas secuencias que va presentando la película tampoco ayuda a que uno pueda sumergirse en el mundo de Seiya y sus secuaces. «Los Caballeros del Zodiaco: Saint Seiya – El inicio» lamentablemente termina siendo otro intento fallido por llevar una querida historia de manga/anime al plano live-action, olvidándose de prácticamente todos los elementos interesantes de la obra original para llenarla de síntesis explicativas mediante diálogos de sus personajes y esbozos esquemáticos de la rica mitología que se encuentra muy en el fondo del relato.
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Martín Goniondzki