Crítica de «Los globos» de Mariano González (2016)

Después del estreno mundial en el Festival de Mar del Plata, la ópera prima llega a los cines comerciales contando un relato atroz sobre de la paternidad.

Al igual que Edgardo Castro con “La noche” (2016), Mariano González se puso todo el equipo al hombro y además de dirigir y escribir la historia de “Los globos”, la protagoniza como César en un papel de padre dolido por la vida.

El señor César trabaja en un taller chico haciendo globos grandes de diferentes colores, como en los viejos tiempos. Pero el laburante es un ser de la nada, no tiene proyectos para cambiar el rumbo de su vida. Acepta su estatus tal cual es y lo adora así. Es por eso que cuando aparece su hijo (la madre falleció y estaba a cargo de su abuelo materno), entiende que todo lo anterior se terminó.

El nene de nombre Alfonso, interpretado por el mismo hijo del director, no tiene diálogos hasta la mitad del metraje, porque su aparición es casi fantasmal y la repercusión de su aparición causará cambios anímicos en el padre. Al principio ocultará a su primogénito, como si no existiera.

La negación paterna resurge lo mejor del film, a medida que avanza, el actor se (re)encontrará con su propia versión, viéndose en un espejo del pasado donde las heridas serán abiertas sin la necesidad de un flashback o escena del pasado. Tanto el dolor físico como el espiritual indurarán la vida de César, sin que él lo pida y deberá tomar decisiones maduras para poder continuar con el lazo afectivo.

Los demás acompañantes del largometraje están presentes de forma pulsante, todos tienen motivos para reprimir al nuevo papá, pero muy pocos lo hacen o se meten.

Y seremos testigos de ese cambio, de un ser solitario a una persona amada. No serán transformaciones radicales sino que se verán en pequeños gestos, miradas taciturnas y un diálogo final que repercute simpatía. Un guion que hace partícipe al espectador sin juzgar y sin buscar un golpe bajo.

El mayor labor se encuentra en la faceta actoral de González y la intocable realización de fotografía que proyecta Fernando Lockett (el realizador favorito de Matías Piñeiro) para generar una ciudad perdida, con sus falencias y carencias del día a día.

El desdén y la poética narrativa hacen que el actor de teatro logre un film digno, honesto y apto de admiración para hablar de la paternidad.

Puntaje: 3,5/5

Tráiler:

 

Roberto Iván Portillo

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