Crítica de «Matrix: Resurrecciones» de Lana Wachowski (2021)

Hay pocos trabajos de ficción que causaron el revuelo sociocultural de «Matrix». El peso y la responsabilidad de afrontar una nueva entrega en lo que siempre fue una franquicia transmedia de variada calidad homogeneizada por sus ambiciones podría destruir cualquier proyecto que se atreva a intentarlo. Afortunadamente no hay hombros más fuertes que los de las hermanas Wachowski a la hora de sostener locuras narrativas.

Sin spoilers: Las palabras «Matrix» y «Wachowski» continúan exigiendo experimentarlos en la pantalla más grande posible. Revalorizando como nunca no sólo el valor individual de una obra por sobre su rol como propiedad intelectual/franquicia, sino también la existencia de grandes habitaciones oscuras donde proyectamos fotogramas a gran velocidad para transmitir emociones.

«¿Qué es entonces: una secuela, un reboot, una precuela, un soft-reboot, spin-off, nueva saga?«. «Resurrecciones» responde esta pregunta de forma muy clara y elocuente en más de una ocasión. No lo hace satisfaciendo a quienes desean una rápida respuesta para saber exactamente qué entretenimiento van a consumir, sino señalando el complejo sistema que fuerza su existencia y hace que esa pregunta sea lo primordial a la hora de ver una película. No critica a aquellos que disfrutan ese entretenimiento escapista de cadena de comida rápida, pero sí pone el foco en cómo operan internamente (y en la práctica) las personas en poder que fuerzan ese sistema creando la ilusión de una «única opción válida» al costo de la salud del panorama cultural.

La decisión entre la pastilla roja y azul ha obsesionado a la internet estas últimas décadas, siendo una distracción binaria de lo que las hermanas Wachowski estaban contando con su realidad no tan ficcional. Esta nueva «Matrix» se encarga de esclarecer, refinar y actualizar las mismas cuestiones que movilizaron a dos de las mentes creativas más emocionantes del cine moderno inspirados por el fin del milenio que se les venía. Lo hace desarrollando todo lo que ya era conocido para que florezcan nuevas posibilidades en la mente de la audiencia, ahora que el mundo parece mucho más en crisis que cuando iban a cambiar unos números en el calendario.

Porque hace mucho tiempo no se ve un blockbuster dialogando de esta manera, de forma tan clara en su pedido de recapacitación por un mundo virando hacia las peores posibilidades que sugería la primera «Matrix». Es una cinta que en su pesimismo encuentra el combustible necesario para ver esperanza en el futuro, de sus personajes, de su universo, de su audiencia y de las industrias de entretenimiento. Las hermanas Wachowski siempre trabajaron en muchos niveles de significado, e individualmente Lana no desentona con el legado que supieron armarse. Las secuencias de acción sirven como ejemplo: son alguna de las mejores de estos últimos años no sólo en lo visual, sino porque saben nutrir su despliegue kinético con el peso de las emociones que hace que sus personajes las lleven a cabo.

En su primer largometraje autorado en solitario, Lana Wachowski recuerda de la mejor manera a Wes Craven. Particularmente a su trabajo desde «Scream», y con su Wes Craven’s «New Nightmare» como punto de comparación fascinantemente ineludible. Cada una de las millones de decisiones creativas que crearon esta película pide debate, crítica y admiración por igual. Para varias de esas es incluso la misma cinta la que ofrece un punto de partida para esas conversaciones que pide generar a gritos. Quizás uno de los puntos más importantes sea señalar que la falta de la otra mitad del dúo creativo que hasta hace poco formaban las hermanas tiene un impacto mínimo en lo que uno podría esperar de una nueva «Matrix»: lo más importante de 1999 está, y lo que menos se esperaba termina siendo quizás lo más importante en 2021. Veinte años es mucho tiempo, pero dos horas y media viendo una de las Wachowski siempre se siente a poco.

Puntaje: 

 

 

Tráiler:

 

Leandro Porcelli

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