Crítica de «Hace mucho que no duermo» de Agustín Godoy (2023)
La ópera prima de Agustín Godoy comienza como un pequeño misterio y termina con una gran revelación: mientras el cine nacional logre luchar por realizarse, va a continuar ofreciendo sorpresas más que interesantes. Esa conclusión final es tan obvia para las audiencias atentas al pulso endeble de nuestro cine argentino, como inalcanzable resulta su premisa inicial. Hay intrigas cuyo valor se encuentra en su misma búsqueda, y es en ese tono de juego que la propuesta desde el colorido elenco de personajes e intérpretes llega a una audiencia que hará bien en disfrutar del irreverente minuto a minuto en lugar de esperar un cierre a tono con una narrativa mucho más corriente.
El film sigue a una mochila que pasa de manos a manos aumentando la incógnita que resguarda al mismo tiempo que moviliza a sus temporales poseedores con un impacto entre inmediato y lento pero seguro. Ninguno de ellos se verá más afectado que el oficinista protagónico interpretado por Agustín Gagliardi, que ve su existencia invariablemente desbarajustada no solo por la sorpresiva llegada de este misterioso objeto a su vida sino por la irrupción resultante del personaje de Agustina Rudi en la misma. Una empleada de una empresa de seguridad que sin molestarse mucho por el cómo y el porqué se mete de lleno en este mundo de constantes persecuciones para ofrecer una guía propia de los que también están perdidos.
Si de géneros se tratara tendría que describirse como un thriller romántico de comedia. Aunque afortunadamente no es necesario molestarse en nimiedades, y podemos simplemente describirla como un largometraje inspirado en esas secuencias de Scooby Doo donde sus personajes se pierden entrando y saliendo de las puertas de un pasillo mientras terminan olvidándose quién persigue a quién. También sumado a algo de rima ocasional.
Quizás este último detalle sea uno de los mayores retos para mantener al espectador en sus garras, la decisión de imbuir las interacciones de la dupla protagónica exclusivamente en ese tono de expresiones teatrales que la audiencia en su mayoría sólo podrá identificar de alguna escena televisiva que lo parodie. Su constancia puede dotarse irritante en oídos desacostumbrados, aunque el beneficio de su introducción a mitad del primer acto sirve para dejar en claro casi desde el vamos no solo que se trata de un proyecto de cine independiente con intenciones tan firmes de entretener como de intrigar sino también que es uno más interesado en satisfacer su propia propuesta antes que aguarse en pos de un público más masivo.
La fortaleza de la película radica en esa simpática homogeneización de snobismo alternativo latente totalmente bañado en comedia irreverente y técnica de realización empleada a favor de un romance en verso con personajes que difícilmente podrían existir en alguna otra cinta. Consigue un lenguaje propio y lo emplea en una propuesta lúdica que trasciende el «para pocos» para volverse tan disfrutable como recomendable. «Hace mucho que no duermo» es un tipo de cine tan necesario como incapaz de existir dentro de las estructuras de financiación más corrientes, y un fantástico ejemplo tan rústico como colorido de que el cine independiente en Argentina no es un gasto que mejorar sino una inversión de la cual beneficiarse.
Puntaje:
Tráiler:
Leandro Porcelli