Entrevista a Ana García Blaya, directora de «Las Buenas Intenciones»

En «Las Buenas Intenciones» de Ana García Blaya seguimos el día a día de la especial relación entre Gustavo (Javier Drolas) y sus tres hijos. Es un padre muy particular: imperfecto, bastante irresponsable y apasionado por la música, pero está lleno de amor por sus hijos, a quienes filma y registra en cada momento. Sin embargo, la felicidad comienza a borronearse cuando su ex esposa Cecilia (Jazmín Stuart) le informa que debe irse a vivir a Paraguay, llevándose a sus niños con ella.

Hay algo de biográfico, algo de homenaje, que trasciende incluso lo ficcional y convierte a «Las Buenas Intenciones» en una experiencia emocional. Como película se disfruta con creces, pero triunfa especialmente en conmover e involucrar al espectador desde lo afectivo, volviendo inevitable la identificación. Desde Cinéfilo Serial, tuvimos la oportunidad de charlar con la directora de este filme que se proyectó en el 34° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y que llegará el 5 de diciembre a las salas:

– ¿Cómo surgió la idea de la película?

El guion de «Las Buenas Intenciones» lo escribí hace diez años en un taller de guion que tomé con Pablo Solarz. Lo escribí, lo guardé, y para mí era una obra terminada, era un libro cinematográfico. Nunca tuve intención de filmarlo en ese momento. Después, hace cinco años, cuando muere mi padre, mi hermana me propone presentar el guion en el Concurso de Ópera Prima del INCAA. Y bueno, lo hice y ganamos. Entonces, hubo que salir a filmar. Es así, fue un guion que se hizo sin intención de filmar, con toda la sinceridad y la catarsis que puse en ese taller. Es un guion que tal vez si lo hubiera pensado para directamente ser filmado, tal vez hubiera modificado algunas cosas que después, por las circunstancias de la vida, tuve ganas de dejar porque me parecía que estaba bien, que le aportaba la sinceridad del momento en que fue escrito.

– ¿Cómo tomaste la decisión de utilizar material de archivo propio?

Tenía alguna idea al principio de tal vez utilizar algo. Antes de filmar tenía un poco de esa fantasía. Todo ese material que yo tenía era material de mi padre y lo había usado para referenciar a los departamentos de arte y de vestuario. Habíamos trabajado mucho con eso con los actores también, mostrándoles las canciones y cómo éramos. Fue muy útil en la etapa de preproducción, pero después en la postproducción todo ese material, y material nuevo que descubrí incluso después de filmar, se me fue presentando y lo empecé a probar de a poquito hasta que después fui metiendo más y más. Me parecía que la película ganaba en sinceridad, le sacaba presión a la ficción en el sentido de tener que ser tal cual, entonces la ficción empezaba a funcionar como una especie de representación de algo que anclaba en lo real y que se veía reflejado en todos esos VHS y materiales viejos de los ‘90 que utilicé. Y me quedé muy conforme, me pareció una película más sincera y también me exponía un poco más, pero me gustó así. Me dejó muy contenta el resultado.

– ¿Cómo lograste la química entre el protagonista y los niños?

Empezamos a trabajar con los chicos y con Javier Drolas (Gustavo) y Sebastián Arzeno (Néstor), y un también un día vino Jazmín Stuart (Cecilia), dos meses antes. Dos meses antes empezamos a buscar a esa familia, que entre en confianza, que entre en código, que conociera la música que se iba a tocar, nos juntamos a cantar y a tocar la guitarra. Fue un trabajo de dos meses de María Laura Berch y su asistente María Milessi, que son las coach y que hicieron un trabajo espectacular para llegar después al rodaje como una familia. Eso estuvo genial, la verdad que logramos esa confianza que necesitábamos y después en el rodaje estuvieron super afilados todos.

– ¿Cuánto cambió ese guion que escribiste hace diez años cuando comenzó el proyecto hasta llevarlo a la gran pantalla?

No cambió mucho el guion, no hubo una segunda versión, sí hubo un acotamiento de personajes. En el guion original, los amigos de Gustavo eran siete u ocho, pero por presupuesto se vieron reducidos a dos o tres. Pero la verdad no cambió demasiado, tal vez algunas locaciones se modificaron. Lo demás se mantuvo intacto, como los diálogos y el espíritu general de la película. Ese guion casi no se tocó, se presentó al INCAA hace cuatro años tal como había sido escrito hace diez.

Sí cambió el título. El guion se llamaba «Julia» porque la protagonista tenía ese nombre, pero hace diez años no tenía una hija, y ahora la tengo y se llama Julia y mi psicóloga me recomendó que le cambie el nombre del personaje. Lo hice y le cambié el título a la película que ahora lleva ahora el nombre de una de las canciones del último disco de mi papá.

– Esta película ya se proyectó en Festivales como el de San Sebastián y el de Toronto, pero ¿qué significa para vos estrenarla en Argentina?

Estrenarla en Argentina era lo único que yo quería, completó todo el proceso. Si bien la película se entendió, emocionó mucho afuera, hay cosas que sólo se comprenden acá y me encantó verlas disfrutar por el público. Argentinismos, pequeños chistes o referencias a esa época, a los ‘90 en Argentina, detalles que sólo se pueden captar acá. Todavía falta el estreno, pero lo que pude vivir en Mar del Plata y en Tandil cuando la presenté fue eso, la recepción de gente que se podía identificar por diferentes cosas, algunos por la historia, otros por la época, otros por la música o por datos coyunturales. La verdad que sentí que había estrenado cuando lo hice acá en el país, así que estoy muy feliz.

 

Camila Mollica & Micaela Gallo

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