CINE

Crítica de “Ali Zaoua, prince de la rue” de Nabil Ayouch (2000)

El cine marroquí comenzó un periplo de lento pero constante ascenso, en términos de producción cinematográfica, a comienzos de este siglo. Este crecimiento, no exento de grandes dificultades de todo ámbito hasta hoy, desempolvó temáticas de realidades muchas veces acalladas en el resto del mundo árabe, convirtiendo a Marruecos en un lugar con libertad para contar historias. En este contexto, uno de los primeros síntomas de la mejora señalada fue «Ali Zaoua, prince de la rue», realizada y estrenada en el año 2000 por el franco-marroquí, Nabil Ayouch.

La historia, que destaca por su sinceridad y sensibilidad al hablar de las dificultades de los niños que viven en las calles de Casablanca, se sostiene sobre un hecho que ocurre apenas comienza la película: Ali ha sido muerto por la pandilla a la que perteneció, y sus amigos se encargarán de enterrarlo y, de alguna forma, cumplir su sueño. Una propuesta narrativa que recuerda a la trágica Antígona, escrita por Sófocles, donde la protagonista emprende una difícil empresa contra los designios del rey de Tebas, para dar digna sepultura a su hermano muerto en la guerra.

Con el punto de vista puesto en Kwita, el mejor amigo de Ali, el relato nos lleva por las desventuras de este niño que se ha puesto la tarea de cumplir el sueño de su amigo: embarcarse para conocer la isla de los dos soles. Este y otros detalles de la ingenuidad infantil, por ratos nos hacen olvidar los difíciles momentos que sus protagonistas deben vivir para lograr lo que quieren. La suavización del drama por medio de las alucinaciones de Kwita y la sonrisa perenne de Boubker, su amigo más pequeño, descolocan el foco y por ratos parecen erráticos intentos para balancear lo que simplemente no se puede balancear. «La vida es una mierda», pregona unánime la masa de niños a las órdenes de Dib; la violencia es el pan que alimenta a los niños que viven en la calle. El miedo de quebrar una botella y hundirla en el cuello de una gallina o de otro niño, no configura problema para ellos.

Esta terrible naturalización de la violencia y el olvido de la sociedad a este numeroso grupo tan vulnerable, condensado en el edificio abandonado y a medio construir que los aloja, pervive en todos menos en Ali. Su presencia vive con fuerza en los tres personajes, que inconscientes ven en su ideal, la única forma de salir del deprimente mundo que los rodea. Encontrar esa isla, ese lugar nuevo, con dos soles que quizá se esconden al mismo tiempo, será de ahí en más, la fuerza que los mueva a perseverar hasta el final.

Finalmente, lejos del desenlace de la Antígona de Sófocles o de Los Olvidados de Buñuel, «Ali Zaoua, prince de la rue» indaga sobre las míseras vidas de los niños de la calle, con un norte marcado hacia una esperanza un tanto ingenua. Esto, pues el difuso porvenir de quienes quedan en tierra firme, muy probablemente no lo resuelva nadie más que ellos mismos, con los pocos recursos que tengan a mano. Esa problemática, muy ausente en la película, podría despertar una reflexión distinta en quienes creen que el mérito es condición sine-qua-non para salir de la pobreza, o que cualquiera de estos niños no tiene más que encontrar esa inexistente luz llamada Alí, para arribar a la apetecida y esquiva isla salvadora.

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Roberto Medina

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