Crítica de «Amor, mentiras y sangre» de Rose Glass (2024)
«Love Lies Bleeding» es un pulsante thriller erótico de violencia tan sangrienta como psicológica centrada en el fisicoculturismo y lo complicada que es la vida en familia. Es al mismo tiempo uno de los mejores trabajos de Kirsten Stewart hasta la fecha, con un excelente antagonista a la altura de Ed Harris, uno de los mejores soundtracks del año a manos del excepcional Clint Mansell («Requiem For a Dream», «Black Swan»), revela un potencial camino dramático para Dave Franco y por sobre todas las cosas es la segunda película de la directora inglesa Rose Glass. Quizás incluso logra trascender las expectativas tras su increíble ópera prima, «Saint Maud».
La trama sigue el intenso romance que nace del encuentro de una empleada de gimnasio (Stewart) y una aspirante a fisicoculturista camino a una gran competencia en Las Vegas. Esta última interpretada por Katy O’Brian («The Mandalorian», «Ant-Man and the Wasp: Quantumania») en un rol que se convertiría seguramente en algo relativamente icónico de haber salido en las décadas en donde lograr una iconografía cinematográfica ajena al marketing o memes era todavía posible, como los 80s o 90s. La historia tiene lugar justamente en 1989 y revelará lentamente que su pasión seguramente acabe teñida de sangre debido a los secretos ajenos o propios que ambas esconden.
El padre del personaje de Stewart es dueño del gimnasio donde ella trabaja y del campo de tiro en el que lo hace el personaje de Dave Franco, esposo de su hermana interpretada por Jena Malone («Contact», «Sucker Punch»). Ellos son los que dispararán no sólo el encuentro entre ambas co-protagonistas sino también los eventos que en el segundo acto comenzarán a oscurecer lo que debían ser impulsos mucho menos violentos. Esa falta de total control sobre el destino propio, y la voluntad necesaria para intentar ejercerlo a pesar del costo que puede conllevar, son algunas de las temáticas que trabaja un guion más que interesante.
La dirección de Glass expone indudablemente una sensibilidad europea, como evidenció su debut con «Saint Maud», aunque en este caso la tiñe de una estética y temática propia de una obsesión por el cine Hollywoodense de los 70s y 80s al igual que a la infinidad narrativa inherente de la decepción del «sueño americano». Ben Fordesman regresa a la dirección de fotografía tras su trabajo en la ópera prima de la directora y logran junto a ella ampliar sus rangos narrativos a sectores a la vez más y menos comerciales. Por supuesto escudados por la pulsante banda sonora de un Mansell muy familiar con esas cualidades tan nocturnas como melodramáticas.
Además de todo lo ya dicho, es sin dudas uno de los mejores thrillers del año y una de esas recomendaciones fáciles para todos los fanáticos del cine de suspenso sangriento o de esas tensiones que parece que están algo ausentes de los 90s para acá. Es un placer ver la obra de cineastas que resisten la imposición de estéticas tan cuidadas, digitales y estériles como demanda la modernidad creada a imagen y semejanza de los servicios de streaming para consumidores con notebooks en lugar de audiencias en butacas o con la capacidad de ver un largometraje sin hacer otra cosa durante o en el medio. A la vez un recuerdo de lo que pudo ser y las experiencias que antes eran moneda corriente, aunque con la capacidad de un conjunto de creativos e intérpretes de gran talento y unas temáticas que resuenan especialmente para generaciones modernas que ojalá puedan encontrar el camino a descubrir una obra como esta.
Puntaje:
Tráiler:
Leandro Porcelli