Crítica de “El inquilino” de Roman Polanski (1976)
Esta película forma parte de ese montón de obras que fueron criticadas totalmente en el momento de su estreno, pero que ahora se las reconoce como filmes de culto, y se los analiza desde otros lugares, tomándola como punto de partida de muchas cintas más. “El inquilino” forma parte de la “trilogía del apartamento” de Roman Polanski, compuestas también por “Repulsión” (1965) y “El bebé de Rosemary” (1968).
Como es habitual en el director polaco, la película es un ejemplo de la capacidad discursiva que tiene el realizador con el terror psicológico. Lo hace de una manera tan autoral y con una mirada tan analítica de la mentalidad humana, diseccionándola hasta transformarla en este tipo de obras que te vuelven loco. Eso sí, no es para todos, pero sí se logra comprender el mensaje crítico hacia la sociedad o el manejo espectacular que realiza de la psicología del personaje que cae en la locura, es admirable.
La trama nos presenta al agradable Trelkovsky (interpretado por el mismo Polanski), quien se muda a un departamento particular, ya que la última inquilina se había suicidado arrojándose por la ventana. El protagonista, poco a poco, va sintiendo que los vecinos del edificio están recelosos de su presencia y comienza a notar que lo quieren hacer sentir o identificar como la chica que se había suicidado.
El tema principal de la película es la paranoia. La paranoia totalmente descontrolada, el proceso psicológico que arremete al personaje, llevándolo desde la pérdida de identidad y de conexión con el mundo real, hasta la locura desenfrenada. El desarrollo de la cabeza del protagonista es lo más fuerte de esta cinta, con un Roman Polanski que hace una de las mejores actuaciones en su carrera, comprometido con cada escena y con un tratamiento interpretativo notable.
La crítica social que realiza la película es remarcable. ¿Cómo es posible vivir entre un mundo de lobos que nos someten como a un cordero? Esa presión social por alienarnos, por lo difícil que es integrar un grupo que ya estaba instalado. El cineasta lo lleva al extremo en esta cinta, con las consecuencias siempre apuntando hacia el interior del pobre Trelkovsky.
Gran guión para esta obra que no deja de ser extraña e incomprendida por muchos, sobre todo durante los últimos cuarenta minutos de metraje. Incluso el final tiene una connotación cíclica de la historia que confunde más al espectador. Otro de los puntos altos es ese juego irónico del resto del reparto y el protagonista, que producen gracia sin entender bien de qué nos reímos concretamente. De más está decir que el elenco y el propio Polanski cumplen con creces en sus roles.
Desde lo técnico, la fotografía de estos ambientes encerrados es destacable, similar a la de los hermanos Coen en “Barton Fink”, con una paleta de colores marrones y oscuros que son un símbolo de la psicología del protagonista. A carácter personal, no funciona mucho la utilización de la música en algunas escenas que les hace perder su dramatismo.
En conclusión, “El inquilino” es una película extraña, muy propia de Polanski, que demuestra la destreza del director para destrozar una cabeza humana, y a la vez, un ensayo sobre la paranoia y la alienación (y hasta la pérdida de identidad) que pueden sentir las personas en ciertos ambientes hostiles.
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Manuel Otero