Crítica de «Z” de Costa-Gavras (1969)
–Contiene spoilers–
Altos mandos del ejército se reúnen para tratar cómo deben doblegarse a los opositores de izquierda. A estos se los compara con el oídio -los hongos que forman el moho blanco- que afecta a los viñedos que vendrían a representar a la población. En términos metafóricos (y no tanto) se habla de prevenir esa “enfermedad ideológica”. El general expone que ese mismo día a la noche se realizará un acto del partido opositor de izquierda que no lo van a prohibir y que tampoco van a hacer nada para evitar disturbios que provocan los personas o militantes a la derecha.
Boicot mediante, el mitin del partido de izquierda del diputado Z (Yves Montand) que se iba a realizar en un teatro se suspende sorpresivamente y se lo organiza en un lugar más chico. Con disturbios en el lugar previo acordado y amenaza a su persona, Z se dirige a dar su discurso. En el lugar, partidarios de izquierda y derecha gritan fervorosamente mientras la policía los observa sin hacer nada. El diputado, antes de ingresar al edificio para dar su discurso, es golpeado en la cabeza con una piedra ante la inacción policial. Tras un acalorado monólogo sale de nuevo a la calle y lo vuelven a golpear en la cabeza, pero esta vez le costaría la vida.
“Z” es un vivo y potente fresco sobre un hecho político verídico que sacudió a Grecia en 1963: el asesinato del demócrata Grigoris Lambrakis. La película es una crítica satírica a la dictadura griega denominada “Dictadura de los Coroneles” -1967 a 1974- que transcurrió en la época de su estreno. Es notorio, aun con el paso de los años, cómo el discurso sigue teniendo fuerza al dar piel de gallina su visionado. Claro está que la situación política hoy dista de ser igual, sin embargo, los atropellos, maquinaciones y farsas de las altas esferas del poder siguen a la orden del día.
No se puede pasar por alto la solvente narración que moldea el director para llevar adelante este largometraje político. Costa-Gavras como un músico afina las cuerdas de su instrumento tensándolas a tal punto para que repiqueteen sus contundentes melodías y queden grabadas en nuestra memoria. Además, el montaje impacta al espectador como un recto a la mandíbula. Toda la puesta en escena se ejecuta para complotar al espectador, no hay nada librado al azar.
La maquinaria cinematográfica funciona para dejarnos sin aliento y es por eso que “Z” no envejece, no pierde pulso, y no por nada ganó dos premios Oscar, uno en la categoría de Mejor película extranjera y el otro correspondiente al Mejor montaje.
Puntaje:
Tráiler:
Pablo Flaherty