Crítica de «Frankenstein» de Guillermo del Toro (2025)
Tras su presentación en el Festival de Venecia, se estrenó de forma limitada la nueva reimaginación de «Frankenstein» del director mexicano Guillermo del Toro.
Cuando se anuncia una nueva adaptación de un personaje tan icónico, siempre hay expectativa y duda sobre si en realidad es necesario, especialmente cuando uno recuerda las tan emblemáticas películas de los monstruos de Universal que sirvieron para moldear el género y todas las versiones posteriores. Asimismo, hemos tenido ejemplos de versiones fallidas como «Dracula: Untold» (2014) y «Mary Shelley’s Frankenstein» (1994) dirigida por Kenneth Branagh que intentó una aproximación más moderna al personaje.
Estos últimos años también hemos presenciado la vuelta de varios de los monstruos clásicos del cine, desde la nueva versión de «Nosferatu» (2024) de Robert Eggers, hasta la más reciente reinterpretación de «Drácula» (2025) de Luc Besson. A estas se le suma la vuelta a la gran pantalla de la criatura concebida por Mary Shelley en su novela «Frankenstein; or, The Modern Prometheus». Del Toro, regresa a la silla de director luego de 3 años (en aquella oportunidad adaptando otro clásico de la literatura en «Pinocho») y decide volver a las bases de la novela al mismo tiempo en que opta por darle su propia impronta personal.
El largometraje vuelve a recuperar su estilo gótico (algo que le sienta muy bien a Del Toro) e incluso el tiempo y espacio en el que transcurre la novela, mostrándonos a un Victor Frankenstein (Oscar Isaac), brillante y obsesivo, con un deseo ferviente de desafiar a la muerte intentando darle vida a una criatura ensamblada con distintas partes de cadáveres. Para eso contará con la ayuda de Heinrich Harlander (Christoph Waltz), que oficia de mecenas y promete recursos ilimitados para que el científico pueda alcanzar su tan anhelado deseo. Ya habiendo desafiado la naturaleza y logrando dicha proeza, Frankenstein considera que la criatura (personificada por un fenomenal Jacob Elordi) carece de inteligencia y la rechaza. Dolida, esta se rebela contra su creador.
Ni bien arranca el relato quedan disipadas todo tipo de dudas sobre la versión de GDT del personaje. Su mirada y su profunda sensibilidad para tratar con este tipo de universos y personajes, recuerdan a varios pasajes de su filmografía reciente como puede ser «La forma del agua» (por la que obtuvo el Oscar en 2017), «El callejón de las almas perdidas» (2021) e incluso sus versiones de «Hellboy» (2004-2008). Su búsqueda por plasmar el costado más romántico y humano de la criatura, volviendo sobre la estructura original del relato de Mary Shelley, no solo es un acierto, sino una especie de alegato categórico sobre la falta de amor y empatía en el contexto mundial que nos rodea en la actualidad. Es por ello, que esta película no solo es una decisión extraña, al no caer en el dinamismo frenético que prepondera en los tanques actuales sino que además resulta como un acto de insurgencia frente a todo el cine contemporáneo hollywoodense. El propio director en diversas entrevistas destacó el hecho artesanal de hacer cine y situarse en contra de la IA regenerativa y todos esos recursos que ponen en jaque a la industria cinematográfica. Esto no implica que no haya imágenes generadas por computadora y efectos visuales deslumbrantes (incluso podríamos criticar ciertos pasajes flojos del CGI de la secuencia de los lobos por ejemplo), pero se nota el sumo cuidado que hay en el diseño de producción e incluso en la dirección de fotografía para erigir el virtuoso escenario donde se desarrolla la nueva versión de Frankenstein.
A nivel narrativo, resulta interesante la vuelta que le da Del Toro para brindar el relato por medio de una estructura similar a la de «Rashomon» (1950) de Akira Kurosawa, donde la historia se va armando a partir de distintos puntos de vista o testimonios de varios personajes. En esta oportunidad, el relato inicia con una primera parte, donde Victor Frankenstein le cuenta su particular historia a un capitán de un barco que lo encuentra herido luego de un enfrentamiento con la temible criatura. Allí veremos la triste infancia de Victor luego del fallecimiento de su madre y teniendo que soportar algunos tormentos de su padre adoptivo (el siempre convincente Charles Dance). El dolor funciona como una especie de motivación para el pequeño Victor que desafía los límites de la ciencia para sanar ese profundo pesar que le provocó la muerte de su madre. Años después tras conseguir el respaldo económico de Harlander, esto lo lleva a reencontrarse con su hermanastro William (Felix Kammerer), y con su prometida, Elizabeth (Mia Goth), por quien Victor siente una peligrosa atracción.
Luego de presentarse los hechos principales, pasaremos a ser testigos de la declaración del propio monstruo que da paso a una perspectiva diferente de los hechos para luego desembocar en una resolución muy emotiva que desafía al espectador.
Con una maravillosa banda sonora del compositor francés Alexandre Desplat, «Frankenstein» desafía las convenciones actuales e incluso a la crueldad reinante en el mundo moderno, mediante una mirada humanista y extremadamente sensible de su director. Un relato ambicioso desde lo visual y lo narrativo que vuelve a demostrar el ingenio de uno de los directores latinoamericanos más interesantes que han pisado Hollywood.
Puntaje:
Tráiler:
Martín Goniondzki

