CINE

Crítica de «Nosferatu» de Robert Eggers (2025)

A pesar de haber comenzado su carrera indoctrinado en el lamentable término de marketing de «horror elevado» con la excepcional «The Witch», el joven director Robert Eggers continúa reafirmando con cada uno de sus proyectos que se trata de uno de los cineastas más interesantes trabajando hoy en día. En este caso siguiendo la tradición del film expresionista alemán homónimo de 1922 que nació como una adaptación no oficial de la novela Drácula.

En 1838 un agente de bienes raíces (Nicholas Hoult) debe dejar su pequeño pueblo alemán para emprender un largo viaje hacia la lejana Transilvania, hogar de un misterioso conde que desea mudarse a una Alemania que abraza los avances sociales y científicos para dejar atrás tradiciones arcaicas como el uso de cruces, ajos y estacas. El film se centra particularmente en cómo el cambio de época se vuelve clave para aquellos queriendo hincar sus dientes en la incertidumbre social. Un grupo de personajes fueron maldecidos con la suerte de toparse con el titular Nosferatu (Bill Skarsgård), pero es la prometida del personaje de Hoult (interpretada por Lily-Rose Depp) quien parece tener una conexión muy particular con este monstruo.

Se trata de básicamente la historia que conocemos todos, pocas diferencias se encontrarían en el resumen de sus tramas entre esta adaptación de Drácula y por ejemplo el clásico noventoso de Francis Ford Coppola. Las mayores diferencias entre ambos trabajos son lo temático y estético, con la de Coppola tan interesada en el virtuosismo visual como en la romantización de su trama. Si Coppola realizó una Drácula arraigada en el movimiento del romanticismo, no hay dudas que Eggers con su «Nosferatu» nos entrega el equivalente vampírico del movimiento gótico. Este es  un relato de decadencia gótica que subraya lo maldita de las existencias de aquellos bendecidos con dones que nunca pidieron, congelándose tortuosamente en un contexto gris y apático que los rodea en contra de su voluntad.

Los paralelismos entre Nosferatu y la joven que desea ser su compañera los colocan como antagonistas unidos por las mismas dolencias. Lo interesante es la falta total de empatía superficial que el trabajo tiene para con el conde, cuando la versión de Coppola no hacía más que enfocarse en lo empática que podría ser su lucha en contra de la vida misma. Aquí el conde Orlok es casi tratado como una de las criatura en los clásicos de monstruos de Universal, gracias a un manejo de marketing que mantuvo la potente interpretación de Skarsgård oculta hasta el estreno, resguardado entre sombras manejando el destino de personajes que uno a uno irán viendo sus perspectivas personales destrozadas gracias a un monstruo que va en contra de toda realidad preconcebida. Eggers entiende perfectamente que el horror cinematográfico necesita resignificar la sangre derramada para que las tragedias sean verdaderamente aterradoras.

«Nosferatu» es realmente disfrutable, con un horror lleno de tensiones pero empapado de una lúgubre sensación de tragedia inevitable. El tratamiento de Eggers puede resultar algo estático si uno espera que los clásicos sean reinventados, pero esta adaptación tan cruda profundizando tan punzantemente en los gustos tan particulares del cineasta transforman a esta cinta en una experiencia que continúa la tradición de proyectos excepcionales pidiendo que se respete la novela original como una obra a la altura de otros clásicos literarios con un prestigio menos arraigado a lo comercial y popular. Drácula será el vampiro definitivo en la cultura popular, pero esta película nos recuerda que es Nosferatu el representante vampírico definitivo en el mundo del séptimo arte.

Puntaje: 

 
 
 

Tráiler:


 
Leandro Porcelli

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