«El Tatuador de Auschwitz», una dura historia de amor
En 2018 Heather Morris publicó su primera novela «El tatuador de Auschwitz», la cual cuenta la historia real de Lale Sokolov, un judío eslovaco de 25 años que fue apresado en el campo de concentración Auschwitz II-Birkenau en 1942. Su oficio como tatuador, su vínculo con sus superiores y, sobre todo, su relación con otra prisionera, Gita, que se convirtió en el amor de su vida, son algunos de los puntos más importantes que trata el libro.
La novela tuvo críticas mixtas. Mientras algunos resaltan el detalle con el que narran la vida en Auschwitz, aportando al conocimiento mundial, otros consideran que no todos los datos son completamente fieles, generando mayor confusión y desinformación sobre la historia real. De todas maneras, fue tan popular que terminó convirtiéndose en una miniserie, que si bien todavía no está en ninguna plataforma en Argentina, está en la boca de todos aquellos a los que les interesan estas temáticas y que encuentran por ahí todo tipo de contenido.
«El tatuador de Auschwitz» («The Tattooist of Auschwitz», en su idioma original) se divide en dos líneas temporales. Por un lado, en el presente, donde Lale Sokolov (Harvey Keitel) ya es un hombre mayor y busca a una persona para que escriba su historia de vida, marcada por el sufrimiento y la supervivencia, pero también por el amor y la felicidad. Es así como va a conocer a Heather Morris (Melanie Lynskey), con quien tendrá varios encuentros para contarle los distintos hechos por los que tuvo que atravesar. Por el otro, esas charlas van a ser disparadores para adentrarnos en el pasado de un Lale joven (Jonah Hauer-King), desde que se separa de su familia para llegar a Auschwitz II-Birkenau hasta que deja el campo de concentración, pasando por el suceso más importante de su vida: conocer a su amor, Gita (Anna Próchniak).
La miniserie es una historia de amor enmarcada en uno de los horrores más grandes de la humanidad, como lo fue el Holocausto y la Segunda Guerra Mundial. Si bien narra los hechos que ocurrían en el campo de concentración, busca centrarse más en el vínculo que fueron construyendo Lale y Gita, dos personas que no se conocían previamente pero que tuvieron un flechazo a primera vista que les permitió sobrevivir frente a la tragedia. Es decir, no niega la parte más oscura de la historia, pero trata de aportar una mirada más optimista, romántica y esperanzadora.
En este sentido capaz nos encontramos con algunos hechos que se sienten un poco romantizados o ficcionalizados por demás. Existen varios momentos en los que los protagonistas se sacrifican para ver al otro o conseguir algún tipo de beneficio, poniendo en riesgo su vida o presentando una actitud de valentía pero «insolencia» frente a los oficiales nazis y, las reacciones de los demás no son igual de desmedidas que con otros prisioneros a quienes, por ejemplo, mataban por menos. Puede ser por el vínculo que fueron construyendo con ellos por las tareas que se desempeñaban, por tratarse de una adaptación literaria o porque (acá utiliza bien el recurso la miniserie) la memoria de Lale cuando relata los hechos ya no es del todo fiel. Su avanzada edad provoca que los recuerdos vayan variando o que tampoco quiera aceptar la realidad, porque tuvo que realizar algunas acciones en contra de su propia gente para sobrevivir.
A pesar de estos detalles que hacen un poco de ruido en la visualización, la historia logra transmitir el amor que se tienen los protagonistas como también el contexto desgarrador en el cual estaban inmersos. Con condiciones de vida deplorables; maltratos constantes e injustificados, solo por sadismo; pero también esta conflictividad entre la solidaridad del pueblo y el deseo de supervivencia individual.
Los actores hacen un gran trabajo, tanto en su caracterización como también para llevar en sus cuerpos, gestos y miradas los horrores del Holocausto. Jonah Hauer-King mezcla el temor con la valentía, el carisma y el amor para saber cómo actuar en cada momento, mientras que Anna Próchniak trata de ver siempre el lado positivo del sufrimiento que atraviesan. A ambos los ayuda el vestuario, maquillaje y el trabajo corporal para interpretar a estos personajes. Por su parte, Harvey Keitel está irreconocible y lleva muy bien la tarea de transmitir culpa por lo que tuvo que hacer para sobrevivir pero también la felicidad de, a pesar de todo, haber alcanzado la vida que quiso. Sus visiones y lagunas mentales están bien interpretadas. Y Melanie Lynskey es pura amabilidad y la contención necesaria para que el protagonista narre los hechos.
Los aspectos técnicos, tanto la ambientación del campo de concentración como la banda sonora que acompaña, ayudan a construir este clima opresivo y desolador. La fotografía gris, oscura y opaca transmite la tristeza necesaria que emanaba aquel lugar. Además, se le suman ciertos recursos como poner a los personajes que fallecieron en primer plano a modo de recordatorio y de ponerle cara al horror, que nos pone la piel de gallina.
Si bien podemos dudar de si ciertas secuencias fueron realmente así o si se romantizó/dramatizó un poco a los hechos y personajes para aumentar la épica de supervivencia, «El tatuador de Auschwitz» es una valiosa miniserie, ya que narra lo ocurrido en el campo de exterminio más importante pero aportando una mirada optimista y esperanzadora por centrarse más en la historia de amor que en el contexto, aunque igual nos deje con una sensación desgarradora y triste.
Tráiler:
Samantha Schuster