«La Flor»: La epopeya audiovisual para aliviar la cuarentena
Resulta muy difícil hablar sobre «La Flor», la película de Mariano Llinás que tiene una duración cercana a las 15 horas, presentada en tres partes y con varios intervalos. Allá por el 2018, cuando se presentó en el BAFICI, festival que terminó premiando el opus de Llinás, se abrió un debate acerca del film dividiendo a su masa de espectadores en dos bandos bien marcados. Estaban aquellos detractores que pensaban que la película había tomado de rehén al festival ya que para verla completa uno terminaba perdiéndose el resto de las películas de la competencia, y aquellos defensores que salían al cruce protegiéndola a capa y espada sin ningún tipo de reparo.
Dejando de lado el dato de color y metiéndonos más de lleno en un pequeño análisis de la obra, la propuesta del director de la también extensa «Historias Extraordinarias» (2008), es por lo menos compleja y resulta complicado catalogarla. Es común ver cómo la crítica moderna etiqueta a las obras como «buenas» o «malas», siendo una actitud extremadamente reduccionista y totalmente subjetiva que poco tiene que ver con la experiencia que nos ofrece el director.
«La Flor» es ante todo una película que encierra varios relatos, historias o incluso podríamos considerarla como varios films en sí misma. Un proyecto que tardó más de 10 años en llevarse a cabo y que nos lleva por distintos géneros, países y viajes introspectivos que emprenden todo un grupo variopinto de personajes. Lo interesante y atractivo de la propuesta es que siempre veremos en pantalla al mismo grupo de actrices, estas pertenecientes al colectivo teatral Piel de Lava conformado por Pilar Gamboa, Elisa Carricajo, Laura Paredes y Valeria Correa.
Esta larga travesía que llevó una década tuvo que atravesar por varias piedras en el camino, ya sea en cuanto a lo económico (una película realizada de manera totalmente independiente), a la disponibilidad de las actrices y demás cuestiones que no hacen más que agigantar la leyenda de su rodaje. Dijimos que el largometraje se divide en seis episodios separados, que están única y arbitrariamente conectados por la aparición del director que nos explica la estructura del mismo. Los primeros cuatro episodios comienzan y no terminan, concluyen por la mitad. El quinto episodio es el único que comienza y termina, y el último arranca empezado y concluye todo el film.
Las historias son bastante interesantes y heterogéneas, haciendo uso de un gran abanico de géneros cinematográficos y referencias cinéfilas. La que arranca el film es una historia sobre una momia maldita que acecha a un grupo de paleontólogos que se encuentran investigando en el norte del país. Una especie de cinta de bajo presupuesto al mejor estilo de Roger Corman. La segunda nos mete en el seno de una ruptura amorosa entre dos cantantes con un estilo similar a Los Pimpinela, donde se ponen en juego las diferencias creativas, el amor, el rencor y otros tantos sentimientos que ponen a ambos individuos al borde de la locura. Un melodrama musical bastante inspirado que tiene de trasfondo una subtrama sobre un clan de personas que trafica y se droga con veneno de escorpión.
La segunda parte cuenta una sola historia que dura seis horas y que es, a mi parecer, el mejor segmento de la obra. Un thriller de espías situado durante la Guerra Fría y con un enorme numero de locaciones que se nutre de una estructura episódica y no cronológica donde se van contando las historias individuales de los personajes para develar por qué o cómo llegaron al presente de la narración donde confluyen todos los personajes en el desenlace. Un relato que puede recordarnos a las historias de espionaje al estilo de John le Carré y a la estructura de los filmes de Tarantino.
Por último, en la tercera parte tendremos 3 historias bastante disímiles, una sobre un director de cine que no sabe bien cómo continuar su película (el segmento que puede tornarse bastante autorreferencial, incluso el personaje del director tiene su voz doblada por el mismo Llinás). El director, tras pelearse con su elenco e incurrir con un grupo reducido de rodaje en la filmación de algunos planos de situación o quién sabe para qué (el autor parece obsesionado con los distintos tipos de árboles), terminan siendo parte de una trama fantástica o de ciencia ficción en unos eventos paranormales que se dan en el interior del país. Los últimos dos segmentos son mudos, uno representa un relato bastante cómico y pintoresco sobre dos gauchos que intentan seducir a unas turistas mientras que un rival intenta hacer lo mismo, un homenaje a «Un Día en el Campo» (1936) de Jean Renoir. El último titulado «Las Cautivas» (que funciona como una conclusión poética de todo el film) nos cuenta cómo unas mujeres escapan de sus captores en el siglo XIX, y lo interesante fue su decisión estética de filmar todo con una cámara estenopeica o cámara oscura. Es por ello que, una vez finalizada la corta historia conclusiva, somos testigos de ese fin de rodaje en la cual la imagen queda invertida por el antiguo medio o sistema con el que fue rodada. Los técnicos van desarmando y somos testigos de una larga secuencia de créditos que son una muestra clara de la epopéyica tarea de Llinás a lo largo de esos 10 años de creación.
Estas historias son unidas por la narración en off tanto del director como de su hermana Verónica Llinás (quien también posee un breve papel en la parte tres). Dicha narración lenta y pausada nos acompaña durante todo el transcurso de los seis relatos que de alguna manera contribuyen al aire nostálgico, contemplativo y solitario de la obra, que al igual que los personajes de los distintos pasajes van buscando su razón de ser, su función y su lugar en el mundo.
«La Flor» es mucho más que la suma de sus partes (donde podemos destacar muchas cosas como la apasionada dirección de Llinás, el compromiso de sus actrices y donde también podemos cuestionar algunas otras como la desprolijidad de los doblajes): es toda una experiencia cinematográfica como aquellas que ya no se acostumbra a ver. Un opus narrativo que no dejará indiferente a ninguno, que tendrá tantos adeptos como difamadores, no obstante, es innegable el valor cinematográfico de la obra de Llinás que obviamente no será perfecta, imposible que un relato tan extenso lo sea, pero que tiene varios momentos puramente audiovisuales dignos de celebrar. Una obra tan variada como autoconsciente y ambiciosa. Una película tan poco habitual en esta época donde las ideas escasean que resulta bastante audaz y necesaria. Una experiencia que no solo requiere de la atención de su público sino también del esfuerzo físico y mental que significa ver tantas horas de metraje. Pero a fin de cuentas es de esos «cansancios felices» donde uno no siente que haya algún segmento tedioso, sino que uno está conforme de haber formado parte de tan grande travesía.
Tráiler:
Martín Goniondzki