CINE

Crítica de «El Brutalista» de Brady Corbet (2025)

«El Brutalista» es una película que no solo intenta emular a sus influencias, las grandes épicas cinematográficas centradas en un viaje de personaje que solían ser más usuales en décadas pasadas, sino que logra evocar temáticas propias gracias a traducir esas inspiraciones del ayer en obsesiones tan contemporáneas como atemporales.

Adrien Brody («El Pianista») protagoniza en el rol de un importante arquitecto húngaro llegando a los Estados Unidos tras escapar de una Europa azotada por la Segunda Guerra Mundial. Lo que comienza con las dificultades lógicas de los refugiados en general de a poco va dando lugar a dolencias mucho más particulares como son el intentar mantener una correspondencia con su esposa y sobrina que aún seguían atrapadas en territorio europeo, o la voluntad y esperanza de que un arduo trabajo por migajas eventualmente le permita volver a tener una posición desde la cual crear trabajos arquitectónicos propios. Ese improbable desarrollo llegará gracias a una familia adinerada con ligeros intereses en el altruismo cultural, primero a través de un pomposo hijo (Joe Alwyn) queriendo renovar la biblioteca de su padre y posteriormente por el padre mismo (Guy Pearce) que debido a su aspiración intelectual decide invertir en la construcción más ambiciosa de la carrera del protagonista.

Como toda gran película, su personalidad es tan evidente en las similitudes como en sus contrastes con respecto a sus pares del mismo género. El sueño americano para inmigrantes ambiciosos siempre se traduce en obtener una tajada propia de la corrupción legalizada y crimen sistemático que componen por diseño a la sociedad norteamericana. Pero el director Brady Corbet muy conscientemente vira la narrativa, junto a su co-guionista Mora Fastvold, bajando el factor «Scarface» para alejarlo un poco de «El Padrino» o incluso «Ciudadano Kane». Como en esta última, «El Brutalista» entiende que la tensión dramática siempre ocurre debido al nivel de capitalismo en sangre con la que es criado el norteamericano promedio. Pero como otros nuevos clásicos modernos que lograron emular aunque sea un ápice de la potencia y magnitud de esos hitos del pasado, como «There Will Be Blood» o «No Country for Old Men», decide personificar esa salvaje voracidad sin fin en un personaje con carisma suficiente para que la audiencia lo vea con algo de simpatía cuando este muestre de forma explosiva sus terribles colores.

Pero además de todo ese viaje temático por el que nos lleva la narrativa de más de tres horas, la calidad técnica y claridad tanto de guion como de dirección nos permite perdernos en los días, semanas, meses y años en los que el protagonista de Brody intenta mantenerse a él, a su familia y a su sueño vivos lo suficiente para evitar ser consumido por completo por esta tierra con valores que le son tan ajenos. Para cuando el intermedio le ofrezca un descanso de 15 minutos a las piernas y cabezas de la audiencia, seguramente ya estemos perdidos en lo que es una película que a pesar de ser larga y lenta logra mantenerse entretenida e intrigante. Punto aparte para el regreso del intervalo, que se muestra como un recurso valioso para poder afrontar de mejor manera las infladas duraciones de los últimos años pero también un arma valiosa para que los cines obtengan porque no otra ventana en la cual ofrecerle consumiciones a los espectadores en estos años de crisis interminables.

La segunda mitad del filme recibe una audiencia renovada y a personajes que si bien le dieron algo de color de forma indirecta a la primera mitad, llegan a la pantalla decididamente para intensificar y hasta obstaculizar a la vez los caminos de los personajes de Brody y Pearce. Felicity Jones interpreta a la esposa del primero, periodista consagrada que llegada a la tierra de la libertad para vivir el resto de sus días en silla de ruedas mientras escribe para una columna sobre maquillaje para un diario neoyorkino, mientras que Raffey Cassidy la acompaña en el papel de la sobrina del personaje de Brody, quien ahora se encuentra muda tras los horrores del holocausto. El primer personaje se encargará como dijimos de profundizar y punzar en los caminos ya trazados en la primera parte mientras que este último servirá en su desarrollo como una especie de proxy temático casi tan importante como el mismo protagonista, ambas cambiarán el rumbo de todo a pesar de que el sendero de la autodestrucción ya comenzó a recorrerse cuando el arquitecto llegó en ese barco hasta la estatua de la libertad.

«The Brutalist» es una épica a la altura de algunos clásicos del pasado lejano y cercano del cine, un drama adulto que trae una nueva perspectiva al drama de la Segunda Guerra que usualmente se siente tedioso en su repetición cuando no viene con una visión tan fresca como personal. Como la «Zona de Interés» el año pasado, usa el pasado para ver el presente y a la expresión cinematográfica como medio a través del cuál explorar aguas tan turbulentas como las que ya acostumbran a surcar medios artísticos mucho más antiguos. Su bajo presupuesto y momentos de osadía tanto técnica como narrativa la hacen admirable, y el haber recurrido a la tentación infernal de emplear IA en escenas de breves segundos para obtener de forma barata un resultado bastante subpar con respecto al resto del filme también lo pinta correctamente como una obra de valor enorme con un necesario toque de pecaminosa humanidad a través del irónico empleo de lo inhumano. Hay mucho de eso en el viaje del arquitecto en «El Brutalista», y el filme con sus decisiones conscientes e inconscientes se encarga de invitar por completo a la audiencia que esté dispuesta a preguntarse y repreguntarse las preguntas más difíciles.

Puntaje: 

 
 
 

Tráiler:

Leandro Porcelli

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