Crítica de «El Viejo Roble» de Ken Loach (2024)
Ken Loach es una eminencia del cine europeo y mundial, no solo por récords como ser el cineasta que más veces compitió por la Palma de Oro (lo hizo en quince ediciones) o ser de los pocos en ganarla en más de una ocasión. Sino que su principal legado es ser un nombre cuyo cine es sinónimo de la lucha social, al igual que del lado más humanístico del séptimo arte durante las últimas ocho décadas.
«El Viejo Roble» continúa con ese legado, ofreciendo un relato sobre comunidades fortaleciéndose mutuamente ante la adversidad. El centro de la trama es un pub inglés que sirve como último bastión público en una zona que hace décadas viene en declive luego de una crisis minera. El dueño del Viejo Roble quedará puesto en jaque cuando los pocos clientes fieles que le quedan observan sus actos de solidaridad para con los refugiados sirios que, ellos sienten, le están imponiendo a su zona.
La joven fotógrafa siria Yara será la otra protagonista de este relato. Recientemente llegada con su numerosa familia a excepción de su padre, el filme irá mostrando cómo sus hermanos de diferentes edades se adaptan a esta nueva vida al igual que cómo una simple joven con voluntad activista puede iniciar un efecto dominó que no solo cambie la opinión de la mayoría de los vecinos del barrio sino incluso la fortuna de la comunidad en general.
Loach y su usual compañero en guion Paul Laverty trazan bellos paralelismos entre la tradición inglesa que fervientemente defienden sus ciudadanos, y la tradición siria que tan fanáticamente rechazan. No sin antes humanizar con especial atención a esos ingleses cuyas penurias personales, a manos de un sistema que sienten los ha abandonado, acaban acercándolos peligrosamente a alinearse con racistas y grupos de odio. Aunque como es usual en sus últimos trabajos, todo el despliegue narrativo y temático es ocasionalmente ofuscado por detalles demasiado bruscos en su búsqueda por el golpe bajo. Aumentan la afectividad a costa de la efectividad de un relato con menos artificios, por más que la gran mayoría de la audiencia pueda igualmente disfrutar de su sentimentalismo de todas maneras.
El resultado final es demasiado recomendable, aunque quedan advertidos que es un dramón busca-lágrima como pocos. Loach viene priorizando ese lado de su cine incluso desde antes de su última Palma de Oro en 2016, aunque esta es una de las versiones más ajustadas de eso. Un vistazo totalmente punzante en lo autóctono y abarcativo en su universalidad, cuidado pero manteniendo una naturalidad que pocos logran alcanzar.
Puntaje:
Tráiler:
Leandro Porcelli