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Crítica de “Ensayo de despedida” de Macarena Albalustri (2016)

El duelo por la pérdida de un ser querido es un acto individual intransferible, cada uno actúa según las emociones que afloran desde sus entrañas y, sin embargo, hay algo que es inherente a todos: el dolor pletórico que, provocado por la ausencia, se manifiesta volátil e inconstante en nuestra carne y nos impele a despojarnos de nuestro cuerpo. Esa angustia (febril) bloquea las emociones y nos empuja a un estado de profunda apatía imposible de disimular. Además, por otro lado, el flagelo de la impotencia nos hace creer que no estuvimos a la altura de la circunstancias y, aún sin saber en qué “fallamos”, el peso de nuestra “incompetencia” nos carcome.  Por más que, tarde o temprano, esa “sensación de culpabilidad” se disipe, con el tiempo surge de nuevo mediante ciertos cuestionamientos: ¿Ayudamos en todo lo que pudimos? ¿Lo acompañamos siempre e hicimos que no le faltara nada? ¿Hablamos de todo y no dejamos nada en el tintero? ¿Nos despedimos como corresponde?

Es la última pregunta la que sirve como premisa de “Ensayo de despedida”, el documental de Macarena Albalustri. La directora se cuestiona, tras diez años de la muerte de su madre, si pudo despedirse de ella. Ante la falta de una respuesta que la convenza, se interroga a ella misma -utilización de la voz en off como catarsis o reflexión y la charla con compañeros del equipo de filmación-, a familiares, a la última psicóloga de su madre y, además, apela a la memoria que le traen algunos objetos, más que nada a fotografías y una cinta, para recordarla.

No es menor que Albalustri se pregunte reiteradas veces si no es por la falta de una charla, una acción o un gesto lo que ha dejado inconclusa la despedida con su madre, estos interrogantes ayudan a consolidar el relato de tan frustrante tarea. En este mismo sentido, decide buscar “imágenes felices” que recompongan los recuerdos, desgarrados por el tiempo, que tiene de su madre. En esta etapa se percata del rechazo que le provocan las fotos por su estatismo y la falta de pulsión vital que sí está presente en las imágenes en movimiento. Ahora bien, el mayor inconveniente, y sinsabor, es la falta de grabaciones familiares y, a fin de tamizar esta carencia, se contenta con el video de un casamiento que le prestan unos conocidos donde puede ver, por poquísimos segundos, a su madre bailando con el novio de la boda.

No es un capricho de la directora el querer encontrar grabaciones de su madre. ¿Por qué? Primero, porque las filmaciones contienen imágenes de las personas en un tiempo y un lugar determinado; segundo, la cámara al registrarlos los inmortaliza y evita la descomposición de sus cuerpos; tercero, y último, dichas imágenes pueden ser reproducidas infinidad de veces.

Si bien el trayecto de la directora para encontrar “un gesto de despedida” no es fructífero, lo que presenciamos es de una inusitada ternura. En definitiva, el espectador puede cotejar que la extrañeza que nos supone la muerte es, todavía, algo que está lejos de nuestra comprensión.

Puntaje: 3,5/5

Tráiler:

 

Pablo Flaherty

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