Crítica de «Les Chambres Rouges» de Pascal Plante (2023)
Pocas películas logran colocarte en un lugar de incomodidad tan grande como «Les Chambres Rouges» («Red Rooms» en su título internacional), el thriller psicológico dirigido por Pascal Plante.
Si tuviéramos que emparentar al film canadiense con algún otro relato cercano podríamos encontrar algunos puntos de contacto con «Mantícora» (2022) de Carlos Vermut, donde hay también un planteo ético y moral bastante complejo respecto al mundo cibernético y las distintas cuestiones no legisladas que trae aparejada la virtualidad. En «Les Chambres Rouges» el planteo quizás es más tangible, ya que empieza con la audiencia de un asesino en serie llamado Ludovic Chevalier que está siendo juzgado por el brutal asesinato de tres jóvenes de entre 13 y 15 años, el cual fue presuntamente transmitido en vivo por la darkweb mientras un montón de usuarios pagaba por presenciar dicha tortura. Estos eventos que siempre fueron una especie de mito, el llamado snuff film, tanto desde los inicios de internet como previamente en el mundo de video (algo que también ha sido abordado en «Tesis», el largometraje de 1996 dirigido por Alejandro Amenábar), aquí cobran vida y son seguidos de cerca por el personaje de Kelly-Anne (Juliette Gariépy) una joven modelo y «hacker» que pasa sus días modelando para una agencia, ganando dinero jugando la póker online y acudiendo al juicio de Chevalier debido a una curiosa obsesión (típica persona atraída por el mundillo del true crime). El problema empieza cuando la realidad y sus fantasías morbosas empiezan a cruzarse, llevándola a recorrer un oscuro camino sin retorno que pondrá en jaque su vida y su peculiar «hobby».
Pascal Plante logra construir un thriller que se cocina a fuego lento, arrancando como lo que pareciera ser un drama judicial, para luego convertirse en un relato completamente distinto. La clave radica en ese vínculo que establece Kelly-Anne con Clementine (Laurie Babin), otra asistente del juicio que parece estar enamorada del acusado y que también se ve atraída por el caso y sus vericuetos. Cuando Clementine es, de alguna forma, despertada de ese letargo por la protagonista, descubre realmente la oscuridad de la situación y se ve obligada a abandonar repentinamente el caso e incluso la ciudad. Allí el foco cambiará del juicio al accionar de Kelly-Anne y algunas cosas que mantenía en secreto tanto para sus empleadores, como para el mismo espectador.
La atmósfera opresiva que plantea la película está muy bien llevada tanto desde el guion escrito por el mismo director, como desde la ascética y pulcra puesta en escena que nos coloca en el juicio desde una perspectiva de testigo de primera mano y nos va llevando lentamente hacia lo cruento del caso por medio de unos planos secuencia cansinos y muy bien coreografiados. Ahí radica otro de los grandes aciertos del relato, si bien el caso es muy gráfico, crudo y con detalles escabrosos, todo esto siempre es sugerido, pero no mostrado, lo cual termina haciendo que el golpe de efecto sea mucho más efectivo.
Gariépy también logra darnos una interpretación más que convincente con esa aproximación fría y calculadora que va revelando a cuentagotas sus verdaderas intenciones a medida que avanza la historia.
«Les Chambres Rouges» comprende un sólido film que hace de la incomodidad un personaje más, poniendo en jaque constantemente al espectador a través de la brújula moral y ética del relato y cómo esta es muchas veces ignorada por su protagonista, lo cual enriquece y complejiza la obra, dando una de las experiencias cinematográficas más potentes de este 2024.
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Martín Goniondzki