CINE

“Dhaulagiri, ascenso a la montaña blanca” de Guillermo Glass y Cristian Harbaruk (2017)

El documental, cuya filmación data del 2008, casi no sale a la luz por el destino incierto de uno de los integrantes de la expedición al Dhaulagiri, una de las tantas montañas que conforman la cordillera del Himalaya, ubicada en Nepal: Darío Bracali, quien fuera jefe de la expedición y fundador con Glass, el realizador, de la productora audiovisual Arista Sur, desapareció al subir, en solitario, a su cumbre. Lo que suponía ser una aventura para cuatro amigos apasionados y unidos por el montañismo -Glass, Bracali, Sebastián Cura y Christian Vitry- terminó en tragedia.

El largometraje está construido como si fuera un diario de viaje -el texto impreso en las imágenes que señala los días transcurridos, los metros subidos y/o escalados- y, apartándose de los datos duros, también funciona como un relato intimista que (re)busca, con los testimonios de sus protagonistas, darle un significado al montañismo y el porqué de lo sucedido.

Si bien el relato tiene una narración que se ramifica de forma objetiva y subjetiva, la esencia del documental está ligada -anclada, diría- a las películas de montaña (bergfilme). Este género cinematográfico se originó en Alemania en los años veinte, su auge continuó en la década del treinta, sin embargo, la producción de estas películas cesó antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Las bergfilme se enfocan en el alpinismo y toman del romanticismo alemán la concepción de la naturaleza como un personaje más dentro de la trama. Esta idea ponía sobre el tablero la disputa entre la fuerza del hombre y la fuerza de los elementos: el hombre que busca superar los límites impuestos por la naturaleza. Arnold Fanck (“Der heilige Berg”, “Die Weiße Hölle vom Piz Palü”), alpinista y fotógrafo, uno de los pioneros del género, buscaba la fotogenia y lo sublime de las montañas al filmarlas, a costa de afectar la narración. Para el alemán Thomas Elsaesser, historiador de cine, en las películas de Fanck hay “dos clases de energía”: la que se gesta por la naturaleza, la elemental, y la creada por el hombre, la tecnología. Esta conjunción permite imbuir a cada una de estas “energías” con la otra: la tecnología recibe lo sublime de las montañas y éstas la estética que les otorgan los aparatos técnicos. Sigfried Kracauer, otro alemán estudioso del cine, sostuvo que las bergfilme estaban emparentadas con el ideario fascista del nacionalsocialismo alemán: el hombre ario que, con su fortaleza y valentía, luchaba contra la naturaleza para llegar a cumbres imposibles.

La intención no es equiparar el documental de Glass y Barbaruk con el idealismo nazi, sino, en tal caso, evidenciar que hay estéticas y formas que se siguen manifestando a pesar del paso del tiempo. A lo largo del film se vislumbra, de parte de los integrantes de la expedición, el deseo de mancomunarse con el Dhaulagiri. La recurrencia de este discurso insufla de “vida” a la montaña y genera empatía en el espectador porque, aún sabiendo de antemano el destino de Darío, queremos, y tenemos la esperanza, que descienda el Dhaulagiri como el resto de sus amigos. Por otra parte, se da esa “rivalidad” entre el hombre y la naturaleza, y podemos sacar en limpio que con los elementos no se juega.

El tono triste del comienzo va mutando a un tono más “alegre”, de aceptación: las heridas emocionales todavía no se cauterizaron pero Glass, Cura y Vitry pudieron quitarse el sinsabor de aquella experiencia

Puntaje: 

Tráiler:

 

Pablo Flaherty

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