Crítica de “Vértigo» de Alfred Hitchcock (1958)

Se denomina acrofobia al miedo que siente una persona (o mamífero) por las alturas, generando una sensación de inseguridad y pánico ante una posible caída de un lugar elevado. Esta fobia será de vital importancia dentro de una de las mejores películas dirigidas por Alfred Hitchcock.

“Vértigo» cuenta la historia de John “Scottie” Ferguson (James Stewart), quien luego de verse implicado en un accidente, en el cual un compañero de la policía muere tras querer ayudarlo y caer de un edificio, se retira de la fuerza. Pero en vez de disfrutar de su jubilación, será contratado por un antiguo amigo de la facultad para seguir a su esposa, quien presenta un sospechoso comportamiento, por el cual suponen que un espíritu la acecha y le impide tener un control propio de su vida. Es así como Scottie la perseguirá para descubrir qué está sucediendo.

La película basada en la novela “D’entre les morts” de Boileau-Narcejac (1954) nos propone un thriller psicológico muy interesante y algo distinto al resto de los films del maestro del suspenso. Es una historia más surrealista, que mezcla el misterio con el romanticismo. Esto se puede ver reflejado no solo en la composición de la trama sino en sus aspectos visuales y sonoros. La música tiene una importancia fundamental dentro de la cinta. En varias oportunidades el largometraje carece de diálogos, sobre todo durante los momentos de persecución, y ahí es donde podemos apreciar la banda sonora a cargo de Bernard Hermann, que no por nada fue nominada a un Oscar. Asimismo, en otros instantes logra crear el clima indicado para el desarrollo del suspenso. Lo mismo ocurre con algunas imágenes implantadas dentro del argumento, que sirven para plasmar ese dejo surrealista y de ensueño.

Pero volviendo a la historia propiamente dicha, Hitchcock, con un astuto guión de Alec Coppel, Samuel Taylor y Maxwell Anderson, consigue atrapar al espectador a través de la intriga y la relación íntima que se irá gestando entre los personajes principales. Y casi sin esperarlo, nos encontramos con un giro dramático sorprendente que dejará boquiabierto al público. Una verdadera muestra de cómo manejar el desarrollo de una trama y darle un golpe inesperado hacia el final para sacudir a la mente de la audiencia.

En cuanto al elenco, James Stewart se encuentra siempre correcto como actor fetiche de Hitchcock, incluso otorgándonos una actuación constante en dos horas y monedas, casi sin salir de la pantalla. Pero quien más resalta es la interpretación de Kim Novak, sobre todo una vez que somos conscientes del desarrollo de la historia.

En síntesis, sin dudas “Vértigo» es una de las obras más prestigiosas de Alfred Hitchcock por el modo en el que se va desentrañando la trama, la música y los aspectos visuales que la acompañan y a un sólido elenco que permite que esta historia de misterio, amor y ensueño llegue a buen puerto.

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Samantha Schuster

Un comentario sobre “Crítica de “Vértigo» de Alfred Hitchcock (1958)

  • el 26 diciembre, 2018 a las 9:01 am
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    La intriga fantasmagórica de «Vértigo» llegó dos años después de la aventura que supuso «Falso Culpable» mientras la serie de la CBS «Alfred Hitchcock Presenta» cosechaba un notable éxito, derivando de «D’entre les Morts», novela de misterio escrita por el dúo Pierre Boileau/Pierre Ayraud (o Thomas Narcejac), expertos en el género. El guión, que pasó por distintas versiones, estuvo finalmente firmado por Alec Coppel y Samuel Taylor (de cuya pluma surgiría el personaje de Midge, la única que puede mantener en el mundo real al protagonista, John Ferguson, álter-ego del director).

    Mientras la novela hace alusión al mito de Orfeo, el film está impregnado del espíritu de Allan Poe, evocando la «Ligeia» y su terrible epitafio («El hombre no se doblega a los ángeles ni cede a la muerte sino es por su débil voluntad») y el tema de la vida tras la muerte que ya habían tocado dos de los mentores de Hitchcock, Cecil DeMille y Fritz Lang (hallándose aspectos comunes entre «Vértigo» y «La Muerte Cansada», donde una mujer cuyo amante ha fallecido se adentra en el reino de las sombras para revivir su duelo en tres reencarnaciones sucesivas, de modo idéntico a las de Carlotta/Madeleine/Judy).
    Lejos de referencias e inspiraciones, la película comienza con una escena sinónimo de las peripecias detectivescas «hitchcockianas»: la persecución por los tejados con la inmensa San Francisco de fondo; frenético prólogo desencadenante de la acrofobia de John, que tendrá una importancia primordial en la trama, y dará paso al primero de tres actos argumentales, el cual ocupa 40 minutos. Un amigo del retirado policía le pide que siga a su esposa, no por sospecha de infidelidad, sino por algo más aterrador: el cambio de personalidad que ésta sufre al estar supuestamente poseída por el espíritu de una antepasada que se suicidó.

    Como John, somos arrastrados al subsuelo profundo de una intriga casi sobrenatural y su inconsciente, oscureciéndose cuanto más indagamos en ella (representado con un inteligente truco de iluminación cuando el historiador relata la triste vida de Carlotta al protagonista). ¿A quién persigue?, ¿a una mujer real o a un fantasma del pasado cuyo eterno deambular está ya marcado por un final terrible? Esta parte se halla bajo el signo de la premonición, de la amenaza, de lo irracional engarzado en lo cotidiano; la fatalidad es la única salida para Madeleine, figura de la tristeza atrapada entre la vida de la muerte («en algún momento de estos nací yo, y aquí he muerto») e inmersa en el desamparo que exhala la proximidad del abismo.
    El segundo acto vendrá marcado por el encuentro en la famosa escena del puente de San Francisco entre ella y John, que se erigirá su protector y después su enamorado, decidido a averiguar qué extraña fuerza la atormenta; para cuando a éste acecha esa reveladora pesadilla sobre la muerte (impresionante manejo del poder visual por parte del director), ya estamos inmersos en el tercer acto: última media hora, donde John se volverá a ver persiguiendo a un fantasma hasta dar con Judy, figura doble, reencarnación de su amada fallecida. La extrañeza da paso a una desasosegante atmósfera provocada por la paranoica obsesión de John, que intenta por todos los medios convertir a esa chica en la desaparecida Madeleine.

    Sin embargo Hitchcock, en un giro de guión nada acertado, decide dinamitar las confusas claves narrativas que se han ido acumulando durante una hora y media de la manera más precipitada y sencilla. Con referencias a «Perversidad», también de Lang, el oscuro y expresionista cuento de fantasmas en el que se creía John, se transforma, para su desgracia, en una trama propia de una novela negra, cuyo final será de lo más amargo y fatídico. Y es que la redención es cosa imposible en «Vértigo», sólo resta seguir caminando sin rumbo fijo por el valle de la muerte hasta encontrar alguna tumba abierta en la que arrojarse.
    James Stewart vuelve atormentado al universo del director en el, quizá, más brillante papel de su carrera, acompañado de una arrebatadora y compleja Kim Novak que le acabó quitando el puesto a Vera Miles (cuando ésta se quedó embarazada); a este gran dúo se suman el magnético poder visual del que goza el film, gracias a la fotografía de Robert Burks, la envolvente música de Herrmann y una puesta en escena estilizada con un fascinante uso de los colores y la luz.

    Absorbente de principio a fin aun con ese traspiés argumental que nunca debería haber existido, «Vértigo», trágico, extraño y enfermizo relato del amor más allá de la muerte, cercano al terror psicológico en ocasiones, es una de las joyas del cine de suspense y de su director, la cual consigue exhalar, aun hoy día, un perfume de misterio que el espectador inhala cada vez con mayor intensidad.

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