Crítica de «Vivarium» de Lorcan Finnegan (2019)
Imogen Poots y Jesse Eisenberg se sumergen en una siniestra aventura de ciencia ficción de la mano de «Vivarium», que demuestra cuán cuidadosos debemos ser con lo que deseamos.
«Vivarium» forma parte de ese particular círculo de películas que eligen mostrar su juego en la primera mano. Y esa elección se vehiculiza al adoptar una metáfora: el accionar de los cucos, unos pájaros que ponen sus huevos en los nidos de otros para que ellos los críen. El problema es que los polluelos de los cucos suelen superar en tamaño a las crías originales, por lo que, en búsqueda de espacio, las empujan del nido. Cuando ya han adquirido la suficiente fuerza, a costa de quienes los han criado, vuelan hacia la libertad.
Esta idea de parasitismo abre las puertas a lo que «Vivarium» tiene intenciones de desplegar en su trama. La historia dirigida por Lorcan Finnegan presenta a Gemma (Imogen Poots) y Tom (Jesse Eisenberg), una joven pareja que decide buscar una casa y, en ese camino, se encuentran con una inmobiliaria bastante peculiar. En ella conversan con Martin (Jonathan Aris), un empleado excéntrico y desconcertante que les habla sobre Yonder, un complejo ubicado en los suburbios. A regañadientes, los protagonistas siguen a Martin en auto hasta el lugar, caracterizado por una infinidad de casas incómodamente uniformes. Ante la desaparición de Martin, la pareja decide irse, pero se dan cuenta que han entrado en una especie de bucle, pues siempre regresan a la entrada de la vivienda. Poco tiempo después, reciben un paquete con comida artificial e insabora. Pero su pesadilla se consuma cuando les llega una caja con un mensaje: «críenlo y serán liberados». Y en su interior, un niño.
En esa criatura se verá el paralelismo con lo planteado inicialmente sobre el reino animal, y se hará de una forma aterradora e inquietante, quizás por el hecho de que se inserta al espectador en un bucle similar al que sufren los protagonistas. Pero, sin duda, lo que hace que esta película sea intensa es su capacidad de impugnar discursos arraigados en la sociedad actual. Su perspectiva crítica se despliega, si se quiere, a través de una pregunta: ¿cuán perfecto podría resultar un mundo en donde todo fuera perfecto?
«Vivarium» desentraña tal inquietud mediante la odisea que los protagonistas atraviesan durante el film, manteniéndose fiel a las expectativas propias de un género como la ciencia ficción. Cuando todo se torna ideal, se pierde aquello que mueve a la vida humana: lo espontáneo, lo diverso, lo conflictivo. Pero, a su vez, Gemma y Tom demuestran que, detrás de esa pantalla de hogar armonioso, siempre se esconde el caos. Aunque pretenda ocultarse.
De esta forma, la presentación de Yonder configura un ataque claro a la estandarización de la vida, al mismo nivel que las mercancías, potenciados por un sistema capitalista que uniformiza. Los protagonistas son fijados a un hogar y a la tarea de criar a un niño, a la vez que se les impone una rutina a seguir y una ropa que usar. Aquel ideal de familia perfecta se transforma, en esta película distópica, en una forma de alienación para Gemma y Tom. La química entre esta dupla, que ya ha compartido pantalla, le da fuerza a la cinta, aunque Senan Jennings logra dar en el clavo al construir a aquel niño irritante y tétrico.
Mientras tanto, «Vivarium» disecciona hábilmente la verdadera montaña rusa que supone el matrimonio y, junto con ello, expone el ciclo de vida humano del siglo XXI, caracterizado por la inmediatez y afectado por la velocidad que nos rodea, cuestión que se hace carne en la película. Al mejor estilo «Black Mirror», se critica al ciudadano actual, tan enraizado en sí mismo y en sus objetivos, pero tan indiferente del resto del mundo.
En síntesis, «Vivarium» se consolida como un producto provocativo, novedoso y pesadillesco, pero que se vuelve demasiado extenso. A pesar de su prolongación innecesaria, es valorable que use una premisa interesante para dar paso a las vivencias de una dupla protagonista sólida, que sabe transmitir aquel desasosiego que atraviesa. La película resulta inquietante por lo fatídico de lo narrado, y por el terror de que se asemeje a lo vivido por el espectador. Y eso es porque, quizás, aquel mundo que tiende a la perfección, al predominio de lo artificial, y a la centralidad del consumo doméstico ya está entre nosotros.
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Milagros Maffione