Entrevista a Martín Benchimol y Pablo Aparo, directores de «El Espanto»

En el marco del estreno en cines del documental “El Espanto”, conversamos con sus realizadores, Martin Benchimol y Pablo Aparo, sobre diversos temas relacionados a su carrera, a la nueva situación del campo audiovisual, al cine argentino y a los recortes impuestos al INCAA por el Gobierno Nacional.

– ¿Cuál es su formación y de dónde se conocen?

Martín: Nos formamos en la UBA, Imagen y Sonido. Nos conocíamos previamente porque teníamos una bandita de rock en el oeste y de casualidad empezamos a estudiar imagen y sonido. De ahí empezamos a cruzarnos en diversas instancias de la carrera, después surgió la primer película en común que fue “La Gente del Río”, que comenzó como tesis de la facultad, y “El Espanto” surgió como continuación de la primera.

– ¿Cómo surgió la idea de “El Espanto”?

Pablo: Estábamos terminando de filmar “La Gente del Río”, que también sucede en el ámbito rural, y bueno, ahí comenzamos a conocer la movida de la curandería, de curas caseras; donde mucha gente utilizaba ese método por creencia, por fe, como también por necesidad, porque la medicina, la salud pública casi no llega a esos lugares y entonces empezaron a implementar estos métodos como forma de vida casi. Esto nos interesó mucho, empezamos a conocer muchos curanderos que terminaron siendo casi todos los personajes de la película y así empezamos a dar con todo este mundo

– ¿Cómo fue el contacto y el acuerdo de las entrevistas?

P: Se fue dando porque ya en parte, de hecho, en la película anterior era ahí cerca entonces éramos conocidos en la zona. Entonces las puertas se abrían bastante fácil, pero siempre como el equipo era bastante chico, generalmente éramos nosotros dos y a veces con Mayra, la productora, se daba el primer contacto más como una charla informal preguntándoles sobre sus vidas, sobre la curandería en particular. Generalmente no prendíamos la cámara de entrada, a menos que ellos lo pidieran, más que nada teníamos una buena charla al principio, ganando confianza. De ahí empezábamos a volver a visitarlos, fue todo como casi un año y medio que íbamos y veníamos, se fue dando como una relación, nos hicimos bastantes amigos y se empezó a generar el vínculo ese que teníamos que tener.

– ¿El plan de rodaje lo tenían bien definido o fue más improvisado?

P: Se partió de una idea general desde un principio que fue cambiando de acuerdo a los testimonios que teníamos; esto hizo que el relato fuese cambiando. Después volvíamos y reescribíamos, montábamos lo que conseguíamos y ahí se fue formando todo.

– ¿Qué buscaron comunicar?

M: Lo primero que nos atrajo fueron dos cosas. Primero toda la situación de la curandería y lo que terminó de empujarnos fue que eso estaba cruzado por la sexualidad. Fuimos más con la idea de atravesar una experiencia y contarla, que con la idea de comunicar algo en particular. Primero fuimos fascinados con un personaje, Jorge, y después nos dimos cuenta de que lo que parecía más potente era lo que él generaba en este pueblo. Lo podríamos decir como cuánto poder tiene la creencia para generar o necesitar mitos o cuestiones esotéricas, que son millones de cosas, pero en este caso de este pueblo era el espanto y es todas estas curas y otras creencias; pero acá tenemos otras que tornan a otra plataforma.

– ¿Fueron con alguna idea teórica relacionada a las ciencias sociales?

M: No no, no partimos de la teoría. Pero nos pasa mucho que gente que estudia alguna ciencia social lo analiza desde el punto de vista de algún autor, pero no es nuestro punto de partida.

– ¿Se les ocurrió presentar esto a modo de ficción?

M: Yo creo que sobre una situación o tema hay infinitas formas de encararlo. A nosotros nos gusta jugar con el límite entre el documental y la ficción, y creo que este caso tiene mucho anclaje porque de lo que se habla es de la creencia. Nos parece importante que lo que se quede el espectador sea eso; hay gente que sale segura de que es un documental puro, otra gente que sale segura de que es ficción y desde ahí nos gusta contar.

– ¿Cómo fue el rodaje?

P: Primero hicimos una primera visita para conocer bien al pueblo y la gente, que tomó como tres o cuatro años. Con eso empezamos a armar una carpeta para presentar a ciertos fondos y una vez que los tuvimos fuimos a filmar concretamente. El rodaje fue a lo largo de un año y medio, donde habremos estado tres meses en el pueblo. Todo yendo y viniendo, donde veníamos a Buenos Aires, editábamos, reescribiamos y pensábamos nuevas cosas, hasta que terminamos con algún armado importante.

– ¿Tuvieron alguna dificultad particular?

M: Como siempre hubo varias, pero hubo una bien concreta, que a la mitad del rodaje se cayó un puente, por lo que perdimos el acceso. Entonces lo que eran pocos kilómetros se convirtieron en un montón.

– ¿Cómo pensaban los resultados durante el rodaje?

P: Lo que pasaba es que se abrían muchas puertas y caminos para seguir, lo que daba que tal vez lo que estaba como delimitado se iba para otro lado, pero con el hecho de volver acá a repensar nos ayudaba a seguir el camino.

– ¿Cómo fue el estreno en BAFICI?

P: Estuvo buenísimo, el estreno estuvo muy bueno porque vino mucha gente del pueblo, y fue una fiesta con sala llena.

– También la presentaron en Europa ¿Cómo fue la experiencia?

P: El estreno fue en Amsterdam y después en otros festivales, que cada uno tiene un público distinto. Con las preguntas y respuestas del final te vas dando cuenta que cada público lo lee completamente distinto. También nos pasaba que se reían de cosas que nosotros no nos imaginábamos.

– ¿Cuál quieren o esperan que sea el futuro de la película?

M: Eso también es dinamico porque las plataformas van cambiando. Primero está buenísimo que se vea y ya nos la pidieron en escuelas y universidades. Tiene algo que no se qué es que genera atracción en los espacios de formación; tal vez es la idea de atravesar ciertos límites.

– A mí me gustó mucho la dirección de arte.

P: Eso es raro porque no fue una dirección de arte clásica. Los escenarios ya estaban dados así, la mayoría de las casas ya tenían su arte natural y nos interesaba tratar de captarlo lo mejor posible.

– ¿Cómo y cuándo decidieron trabajar juntos?

P: Se fue dando, comenzamos con una tesis de facultad que comenzó siendo una idea de ficción, que terminó siendo documental, pero hace siete años no nos veíamos como gente de documental, el tiempo lo llevó a ser así.

– ¿Por qué creen que la mayor cantidad de producciones argentinas son documentales?

M: Es un terreno más accesible y de experimentación.

P: También el documental es un terreno más de formación que se ve más en las escuelas de cine.

– ¿Ustedes creen que el cine documental cumple una especie de rol social?

M: Principalmente le da una mirada que se propone mover algo o generar una emoción. Pero así como un rol es pedir mucho.

P: También el documental es muy abierto, depende mucho de la producción. Nosotros lo consideramos desde aportar un punto de vista.

– ¿Cómo ven el cambio que está sufriendo el campo audiovisual con el boom de los servicios de streaming?

P: En cuanto a lo documental, yo pienso que se está viendo mucho más, pero más que nada un tipo de documental. Un tipo más clásico, más enlatado. Después yo creo que uno puede elegir qué ver o qué no ver, no hay que decir si los juicios de valor de Netflix están bien o mal.

M: Yo más o menos, si bien hay cosas que están buenísimas, en un sentido creo que nos vuelve como espectadores un poco perezosos. Si bien consumo Netflix, yo me tomo el trabajo de buscar otras cosas; pero en la media para mí produce un adormecimiento y un confort que no veo muy saludable. Siento que el arte es otra cosa, tiene que moverte. Hasta en la práctica cotidiana genera pereza, llegas a tu casa y buscas en la góndola de la computadora qué ver. Y esa góndola está digitada con una bajada, y no hablo de la calidad porque hay cosas excelentes y hasta a veces se pueden ver cosas críticas. Pero en el sentido estético hay muy poco movimiento.

– Claro, yo veo que Netflix tiene muchas joyas que ofrecer, pero requieren una buena búsqueda.

P: Sí, yo he dado con peliculones en I-Sat, pero el tema no es Netflix puntualmente, porque hay otros servicios de streaming que tienen otra oferta, está Qubit, Mubi y otros más.

– ¿Cómo ven al cine argentino en la actualidad?

M: A mí no deja de sorprenderme la calidad de las películas que se hacen, cada tanto encuentro películas argentinas que paro y digo “está buenísima” y me pasa seguido. Siento que los que consumimos cine argentino le damos la exigencia de que todas sean buenas y nos olvidamos de que cuando llega una película extranjera acá nos olvidamos de que es una sola seleccionada, de ese año, de ese país. Entonces cuando tomo conciencia de eso digo “para, tenemos un cine de la puta madre”. Y acá llega la selección de la selección. En el sentido artístico del cine argentino estoy orgulloso.

P: Yo también siento que algo muy bueno que tiene es que hay mucha libertad para generar lo que se propongan los realizadores.

– ¿De los últimos años que es lo que más les gustó?

M: A mí “El Motoarrebatador” me gustó mucho, después «Futuro Perfecto» me pareció muy buena también, como «La Larga Noche».

– ¿Cómo ven la situación del recorte del gobierno al INCAA?

P: Claramente parte de lo que es este gobierno, lo que hay que rescatar del instituto es que es bastante único por la ley de cine que hay acá. Lo que pasa hoy en día es que no están dando lo que tienen que dar, poniendo parches o cosas así. Estaría bueno que se use como momento bisagra para que se dé un cambio rotundo para volver a hacer lo que hacíamos antes.

– ¿Cómo se puede enfrentar esto?

M: Estando unidos en todo el sector, en alerta. Creo que es un momento que también es una oportunidad, porque en el área del cine no te soles juntar mucho, pero esta crisis creo que nos juntó para frenarla para ver de que manera podemos hacer cine incluso mejor que antes.

 

Juan Pablo Molina

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