Crítica de «8 1/2» de Federico Fellini (1963)
Lo que nos llega como consumidores es la obra, es la finalización, es un producto. Pero detrás de esto hay un artista que pelea con demonios internos, bloqueos, confusiones y dudas para satisfacernos como audiencia. Fellini logra plasmar esta crisis en, según la crítica unánime, uno de los films más perfectos de la historia. Filmada en blanco y negro, y con música compuesta por Nino Rota, es un drama francoitaliano dirigido por Federico Fellini, con Marcello Mastroianni, Claudia Cardinale y Anouk Aimée como actores principales.
El famoso director y guionista Guido Anselmi está atravesando una profunda crisis creativa e intenta relajarse después de su última película. No puede conseguir la tranquilidad necesaria para descubrir ideas nuevas para su siguiente película y todo el mundo parece ansioso por saber en qué punto se encuentra el trabajo que está preparando. Está solo, quiere estar solo, y busca una respuesta en las visiones que invaden su mente, recuerdos de una vida, sueños fantásticos y oscuras imágenes de un futuro nebuloso. La llegada de Claudia, actriz y musa de su vida, y de su amante Carla trae nuevas inquietudes en vez de la serenidad y el consuelo que él esperaba.
El Guido Anselmi de Mastroianni es un director que -a diferencia del genial Fellini- no sabe qué hacer con su nueva obra. Y, al igual que el genial Fellini, deberá bucear en sus sueños, recuerdos y fantasías en busca de la esquiva inspiración.
Las imágenes permanecen en la memoria y los sonidos también (ver en italiano original). La película se convirtió en un símbolo del barroco europeo a mediados del siglo XX. Es brillante, imaginativa y divertida. La canalización de una crisis convertida en una oportunidad, en una obra de arte magistral.
Fellini ya tenía reconocimiento (premios, crítica aclamada, éxito) pero con «8 1/2» llegó al nivel máximo de originalidad y libertad con respecto a los grandes maestros como Rossellini y Visconti.
La crisis creativa de un artista, el problema de confrontarse con las expectativas de todos (productores, periodistas, amigos), y también la crisis existencial de un hombre, que se aferra a los recuerdos y a los sueños para soportar el peso de la vida. Fellini tiene la mano para hacer esto sencillo y conmovedor. Un humano enfrentándose a lo impuesto, bordeando los límites entre la realidad y los sueños. No nos deja una enseñanza, abre la puerta a las conclusiones ajenas jugando con nuestros propios procesos creativos.
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Sebastián Manestar