Crítica de “Bab el Hadid” de Youssef Chahine (1958)

Tan lejanas como desconocidas parecen las historias del cine africano, que es muy probable que un espectador ahogado por el humo de la taquilla tanquetera, nunca se haya sentado frente a una pantalla para ver una. A pesar del loable esfuerzo de festivales incipientes como el FICSUR o el LATINARAB, la realidad es que muy posiblemente una película africana nunca llegue a estrenarse en una sala latinoamericana, sin antes haber pasado por el colador de los premios, para luego (si el primer cedazo fue superado) esperar la venia especuladora de las distribuidoras locales. Es complejo hoy, imaginamos sería imposible a mediados del siglo pasado, donde era excepcional que un film africano, primero se produjera y luego se exhibiera fuera de su país.

En el caso de la película egipcia «Bab el hadid», o «Estación Cairo», según su título internacional, encontramos una gran excepción a lo referido anteriormente. El décimo trabajo del más grande realizador egipcio, Youssef Chahine, trascendió las fronteras y su propuesta llegó desde representar al país en los premios Oscar, hasta instalarse en el 8vo festival Internacional de Cine de Berlin, en 1958.

La historia relata la transformación obsesiva de Kinawi, un vendedor de diarios interpretado por el propio Chahine, por la guapa Hanuma, una vendedora ambulante de bebidas que prontamente se casará con Abu Siri. Este drama de evidente sencillez es utilizado como excusa por Chahine para relatarnos con destreza una decena de circunstancias que dibujan la idiosincrasia del Egipto menos favorecido, enmarcado en las labores de sus trabajadores en la estación de trenes de El Cairo. La pobreza indigente, la precariedad del trabajo asalariado, el miedo capitalista a la sindicalización, la obstinada reticencia a aceptar cualquier cultura foránea y la opresión a la mujer por parte de una sociedad abiertamente misógina, son algunas de las subtramas que el director utiliza para delinear a los personajes y su contexto.

En términos de realización, Chahine aplica algunos ingredientes del cine negro y el expresionismo, rescatados de su formación en Estados Unidos, para profundizar el sentir de los personajes en instantes de alto riesgo, y que junto a la música incidental resultan efectivos detonadores emocionales. El montaje, por su lado, tiene pasajes de alto nivel intelectual, priorizando las miradas por sobre el diálogo y dando gran espacio para utilizar encuadres picados o posiciones de cámara de rica composición. Todos aspectos que dan un gran dinamismo visual a la historia y que significaron un salto adelante con respecto a la producción local, que en su momento se estancaba en la comedia y la acción sosa e irreflexiva.

La decisión de Chahine de utilizar el lenguaje universalista del cine, y a las películas como documentos políticos e históricos, fue objeto constante de la crítica y la censura conservadora, que veía en sus trabajos un occidentalismo irreverente, opuesto a las costumbres egipcias. Sin embargo, con «Bab el hadid», film hijo del neorrealismo, el director deja en claro que hay temas que deben ser contados, justamente porque en el escozor y la incomodidad que provocan, residen su fuerza y su vigencia.

Puntaje:

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Roberto Medina

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