Crítica de “El plan divino” de Víctor Laplace (2019)

Cuando pensamos en Víctor Laplace se nos puede venir a la cabeza cualquiera de sus múltiples participaciones en la televisión o el cine argentino. Pero además de tener una amplia trayectoria como actor, incursiona eventualmente en el rubro de la dirección desde el año 1999, donde estrenó su galardonada ópera prima “El mar de Lucas”. Y completa su filmografía con “La mina” (2003), “La otra Argentina” (2006), “Angelelli, la palabra vivía” (2007), y “Puerta de hierro: el exilio de Perón” (2013) donde dirige junto a Dieguillo Fernández. El próximo 14 de noviembre se estrenará su sexta obra: «El plan divino».

En esta ocasión nos presenta una comedia muy bien lograda con una fuerte carga simbólica y religiosa. Cuenta con la extraordinaria cualidad de poseer un humor muy fresco e inteligente que consigue tocar temas muy dramáticos (y polémicos) sin caer en chistes fáciles, burdos o fuera de lugar.

La cinta desarrolla la historia de dos monaguillos (Eustaquio y Heriberto) que viven en una aislada capilla en medio de la selva misionera, bajo la tutela del Padre Roberto (Víctor Laplace), un anciano sacerdote que fue el mentor de ambos y al que ahora, en el final de su vida, deben cuidar y proteger. Eustaquio (Gastón Pauls) quiere asumir el mando de la Iglesia y Heriberto (Javier Lester) solo piensa en una joven mujer (Paula Sartor) que apenas le presta atención. Frente a su primera crisis existencial, deciden poner en marcha un riesgoso plan para cumplir sus sueños.

El punto fuerte del largometraje radica en los personajes. Existe una entrañable química entre Eustaquio y Heriberto que se ponen al hombro la película en todo momento. Pauls explota sus cualidades humorísticas al máximo y el actor revelación, Lester, se convierte en la pareja perfecta para sacarnos varias carcajadas. El más experimentado no se queda atrás: Laplace nos brinda una sólida actuación con su senil y desagradable Padre Roberto que, valiéndose de unos simples balbuceos, impone presencia y deja su sello marcado. La más enigmática es María, interpretada por una correcta Paula Sartor: con unas apariciones tímidas al comienzo, paulatinamente se convierte en parte fundamental hacia el final de la misma.

Lo exquisito de los personajes es su caminar cómodo sobre la línea de lo grotesco y lo absurdo. Y este caminar tan libre se contagia en todo el metraje, presentando situaciones tan desopilantes y exageradas como ellos mismos.

La quinta protagonista de la historia es su locación. La remota y hermosa selva misionera nos hace olvidar de todo y, de la mano del director de fotografía Damián Laplace, nos transporta a ese pequeño pueblito perdido en los confines del litoral argentino. Dicho lugar también da forma a la acertada banda sonora, a cargo de Agustín Álvarez, que nos brinda piezas muy vivaces y autóctonas a base de arpa, violín y bandoneón.

Para poner en la balanza, debemos mencionar unos muy pocos detalles técnicos de cámara que rompen momentáneamente la maravillosa burbuja del cine. Sin embargo, esas fallas no hacen diferencia al producto final.

Por último, debemos mencionar el efecto reflexivo de la cinta. Una vez afuera de la sala y alejándonos de la comedia y el buen rato, afloran en nuestra mente pensamientos acerca del mensaje del film y los temas que trata. Ideas en torno a la culpa y el perdón, los deseos personales, la hermandad y el afrontar los problemas.

Acudan al cine con expectativas de pasar una agradable hora y media de película. Disfrutar de buenos gags humorísticas con tono familiar. Y por qué no, encariñarse con estos dos carismáticos y peculiares monaguillos en su camino de redescubrimiento de sí mismos.

Puntaje:

 

 

Tráiler:

Javier Franco

 

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