Repaso de la Nouvelle Vague, la ola que desató la marea independiente

Ya hablamos acá de la influencia e importancia de Francia en la industria del cine. Desde el primer momento, con la invención del cinematógrafo de los hermanos Lumière – que se impuso técnicamente al pleógrafo del polaco Kazimierz Prószynski y al kinetoscopio de Thomas Edison; la captura de imágenes reales en movimiento significó la captura de los espectadores, simbolizada a la perfección en la reacción inesperada de quienes intentaron huir de aquella «Llegada del tren a la estación». Casi inmediatamente, Georges Méliès expandió esa mirada cautiva hacia el mundo de la fantasía y la imaginación, incorporando como un verdadero pionero los efectos especiales – empalmes de sustitución, pintado de imágenes a mano, exposición múltiple, etc – y “storyboards” (guiones gráficos), significando una influencia imperecedera.

Adelantándonos algunas décadas en el tiempo, nos encontramos en la Francia post Segunda Guerra Mundial, donde la devastación tanto económica como política y social llevaba a la industria al terreno seguro del cine narrativo, de argumentos lineales traídos del modelo novelístico, pero al cual las audiencias respondían bien. Por su parte, directores italianos como Federico Fellini y Roberto Rosellini, entre otros, relataban historias de injusticia y opresión protagonizadas por la clase obrera, dando forma al neorrealismo italiano. Del otro lado del océano Atlántico, mientras tanto, Hollywood estaba afianzando cada vez más su “studio system”, donde las productoras bajaban línea directa sobre la obra finalizada – con algunas excepciones en figuras como Orson Welles o Alfred Hitchcock.

En este contexto, en 1951 es fundada la revista Cahiers du Cinéma (publicación que se mantiene hasta el día de hoy) por André Bazin, Jacques Doniol – Valcroze y Joseph – Marie Lo Duca.

La línea editorial de Cahiers… sostenía la idea de que el cine estaba camino a convertirse en una forma de expresión a la altura de la pintura o la novela, un medio para que un artista (en este caso el director) pudiese plasmar su pensamiento y sus obsesiones. Antes que quedarse meramente en la palabra, los críticos que conformaban las filas de la revista pusieron en práctica su postura, y comenzaron a filmar sus propias producciones. Lo que tenían para ofrecer eran herramientas novedosas que siguen marcando tendencia hasta hoy: el uso de diálogo improvisado, referencias a otras obras y el romper “la cuarta pared”, la incorporación del plano-secuencia, y sobre todo la determinación de llevar a cabo una obra de forma “independiente”, sin un presupuesto abultado sino con cualquier medio que estuviese a disposición, desde la filmación en la calle o en la propia casa, hasta la participación de amigos como extras o incluso equipo de producción.

Si bien hoy en día algunos de sus exponentes nos pueden sonar conocidos, como Jean–Luc Godard, François Truffaut, Alain Resnais, entre otros, deberíamos admitir que la mayoría no vimos sus películas. Pero de todas formas hablamos de ellos, por la influencia que tuvieron en el cine a nivel internacional, dando paso al neuer deutscher film en Alemania – con nombres como Werner Herzog o Wim Wenders -, al Cinema Novo brasileño, y principalmente al New Hollywood. Esta “nueva ola” norteamericana significó una bocanada de aire fresco y la incorporación del “cine de autor” a las grandes producciones, inaugurando la obra de directores tan influyentes – y disímiles – que van de Francis Ford Coppola, Steven Spielberg, Woody Allen, Stanley Kubrick hasta John Carpenter y George Romero.

Tal vez la lección más importante para aprender de la Nouvelle Vague, definida por Truffaut no como un movimiento, escuela o grupo, sino “una calidad”, es que si se tienen historias para contar, el cine es un medio para hacerlo, sin limitación que valga.

Bruno Jara

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