Crítica de “La última noche de Boris Grushenko” de Woody Allen (1975)

El título en el idioma original es “Love and Death”, es decir, “Amor y muerte”, y es mucho más preciso que el elegido como su traducción. Como en gran parte de toda su obra, Woody Allen relata una historia impregnada de discursos filosóficos sobre estos dos tópicos con una destreza extraordinaria, tal y como nos tiene acostumbrados. Y siempre es más eficaz cuando produce este tipo de contenido dentro de una comedia. “La última noche de Boris Grushenko” es uno de los ejemplos más atinados.

La historia se centra en Rusia a principios del siglo XIX, en plena época del dominio de Napoleón Bonaparte en una gran fracción de Europa. Woody Allen encarna a Boris, un cobarde obsesionado con la muerte, quien está perdidamente enamorado de su prima Sonja (Diane Keaton). Sin ser correspondido, un día lo mandan a la guerra y, de casualidad, termina volviendo como héroe de la misma.

Allen nos entrega una delicia irónica y de humor absurdo. Con unos diálogos mordaces e inteligentes, entretiene de principio a fin. No existe una línea de parlamento que no consiga darle una sonrisa o una carcajada al espectador. O claro, que incluso lo haga reflexionar sobre el amor, la existencia, la muerte, Dios, etc.

Es tan atrevida esta obra que ridiculiza a Napoleón Bonaparte y hasta a algunas obras de la literatura rusa, del cual Woody siempre ha declarado ser un fanático. Sin dudas, es una de mejores comedias del cineasta, quizá no sea su cinta más trascendente, pero tiene un humor tan efectivo que la enlistan dentro de las más graciosas. Porque, además de ser inteligente, irónica y arriesgada, también propone otro tipo de comedia como el del género del slapstick, el cual es tan efectivo como aquel al que ya nos tiene acostumbrados el realizador.

Otro de los puntos fuertes es el uso del monólogo directo a cámara. Tan verdaderos y, curiosamente, absurdos. Burlándose de la filosofía y de la vida. Quizá sea uno de los lugares que mejor explotaría unos años más tarde con su más aclamada obra “Annie Hall”.

La historia lineal del personaje de Boris, rodeada de personajes carismáticos y ridículos, cumple con la idea del absurdo. Casi todo sucede por casualidades, desde el comienzo hasta el final del personaje. El reparto es muy bueno, pero los que más se destacan son Allen y Keaton, con interpretaciones cómicas a la altura de la obra.

Incluso hace homenajes en su película. En varios momentos, aparece la Muerte, disfrazada exactamente igual a la del maestro sueco Ingmar Bergman en su aclamado film “El séptimo sello”, la cual termina bailando con Boris. La frutilla del postre.

En cuanto a la técnico, lo más resaltable es la música que nos pone a tono con esta época en la helada Rusia y, a la vez, ayuda a crear un ambiente sarcástico para la cinta.

En conclusión, “La última noche de Boris Grushenko” seguramente no sea la mejor película de este director, pero es, sin dudas, una de las más graciosas. El mismísimo Allen alguna vez admitió que le pareció la obra más cómica que escribió. ¡Y cuánta razón tenía! Definitivamente, una comedia para no perderse.

Puntaje: 

 

 

Tráiler:

 

Manuel Otero

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