Crítica de «Napoleón» de Ridley Scott (2023)

Napoleón es sin duda una de las figuras históricas más maleables e inspiradoras de principios del siglo XVIII, sirviendo como musa de obras artísticas desde pinturas retratando su exilio hasta poemas basados en la correspondencia con su amada Josefina e incluso lisa y llanamente como uno de los íconos históricos más fácilmente caricaturizables debido a su baja estatura y famoso carácter. Pero para los cinéfilos, además, el pequeño emperador se ha tornado en una suerte de grial de ambiciones en gran parte por el legendario proyecto no realizado por Stanley Kubrick pero también por haber dado origen a uno de los grandes proyectos de la era muda. El francés Abel Gance planeó llevar la vida del líder francés a la gran pantalla con seis películas, pero luego de realizar la primera cayó en la cuenta de que era quizás una ambición demasiado grande para llevar a cabo, de todas maneras ese filme resultante se convirtió no solo en una épica celebrada debido a su monumental duración y trascendental uso de distintas técnicas cuasi futuristas para la época sino una inspiración para uno de los movimientos más revolucionarios del séptimo arte cuando en los 50s los estandartes de La Nueva Ola en Francia redescubrieron el portento de ese trabajo.

Posiblemente por todo esto y mucho más es que pueda caer raro e incluso anticlimática esta entretenida, algo evocativa y muy graciosa película de Ridley Scott. Con alrededor de 30 películas realizadas durante casi 50 años de carrera, promediando la locura total de un largometraje cada año y medio, Scott es uno de los autores celebrados más prolíficos que jamás hayan alcanzado la altura artística o comercial de películas como «Alien», «Blade Runner», «Thelma y Louise», «Gladiador» o «The Martian», para nombrar uno más reciente.

Este es un proyecto grande en escala aunque cómodo en sus ambiciones, sin proponer más que una mirada atractiva y enfocada en los aspectos que más interesan a Scott al retratar su propia versión de la historia francesa desde la revolución que permitió el advenimiento de Napoleón al poder, hasta los últimos años entre exilios e intentos pocos fructíferos de reconectar con sus tres grandes amores: Francia, la guerra y Josefina. Esta es interpretada por Vanessa Kirby («The Crown», «Pieces of a Woman» y varias «Misión Imposible») que se encarga no solo de ayudar a que Napoleón se vea pequeño junto a ella, sino también de darle al gran amor de Bonaparte un carácter de firmeza que sirve de base para el resto de su personaje. Pero es en la dinámica junto a Joaquin Phoenix donde se ven los aciertos y aspectos más interesantes de esta propuesta, ya que (tanto los actores como sus personajes) sin alcanzar totalmente esa química perfecta con la que tantas parejas cinematográficas han brillado antes sí terminan encontrando un ida y vuelta donde se alimentan mutuamente bajo una dinámica más propia que universal. Lo mismo casi que se podría decir de Ridley y el tono corriente de una biopic, ya que desestima decisiones que para otros son obvias (atenerse a los hechos históricos, artificios de grandilocuencia, preferir el drama al humor) para encontrar la fórmula que más le sirve a ambos y fin de cuentas también al espectador.

En cuanto a la fotografía, muestra apropiados contrastes entre la vida de Napoleón antes del poder, con la corona y finalmente en el exilio. El director de fotografía Dariusz Wolski (colaborador de Gore Verbinski en «Piratas del Caribe» o Tim Burton en «Sweeney Todd y Alicia») por momentos lleva demasiado los colores a una homogeneidad casi de un simple filtro, azulando todo a piacere con la excepción de los momentos de plenitud cuando Napoleón supo llevar la corona francesa durante unos pocos años. Esto hace de la fotografía una ejecución más que correcta de una idea bastante efectiva, o sea algo que suele funcionar llevado a cabo por un veterano exitoso de la industria. Una lástima de todos modos que incluso producciones tan obscenas (gracias Apple por firmar los cheques) como esta acaben víctimas de las estructuras de trabajo más corrientes de lo que se llama más contenido que cine. Aunque es apropiado para la forma en que concibe Scott la industria, enfocándose más en la forma más efectiva de realizar la película en la que se ve envuelto en lugar de preocuparse por ambiciones más allá de las posibilidades terrenales. Esa forma de ver la vida del director tan incongruente con la de Bonaparte hacen de esta una biopic más que interesante que ve su figura desde un exterior que analiza pero apenas logra interiorizar realmente en una simpatía sincronizada con su objeto de estudio. Ahí radica mucho del humor de una película con la cantidad suficiente como para considerarse comedia, como las de antes, casi que un escalón por debajo de la densidad de gags y modernismo de «La Favorita» (2018).

Dicho todo eso, aquellos fanáticos de la historia o de Napoleón en sí podrían encontrarse irritados mientras el resto de la sala disfruta de una biopic totalmente entretenida que está completamente desinteresada en ese brillo artificial que se le suele dar a las producciones sedientas por gloria en premios como los Oscars, y que aún así se encarga de tener un nivel técnico, artístico y de realización envidiables. Un guion interesante, dupla de personajes-actores cautivantes y un director que tras dedicarle medio siglo a hacer cine logró crear varios de los clásicos más influyentes de los 70s, 80s, 90s y 00s, aunque eso poco le importe. Ridley ya está pensando en la próxima peli, Napoleón en la próxima batalla, ambos sufriendo el exilio de su propio genio.

Puntaje: 


 

 
Tráiler:

 

Leandro Porcelli

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